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SAN FRANClSCO ANTE LA HIStORIA 279 sido las guerras que en cadena se han sucedido en ·Europa durante los últimos siglos. Toynbee piensa más en el mundo clásico y ve que los estados parroquiales, deificados por el egocentrismo, fueron inducidos ineludiblemente a una guerra de exterminio. A acabar con el contrario. Si el culto de la naturaleza quedó superado por el culto de la comunidad parroquial, este nuevo culto, material– mente desastroso y moralmente malo, estaba pidiendo igualmente una supera– ción. Aparece ya en lontananza la Realidad Absoluta con el culto que le es debido. Pero antes de optar por esta vía, el hombre intenta superar la lucha a muerte de las comunidades parroquiales por la comunidad ecuménica, por el imperio (pp. 39-48). De nuevo Toynbee está pensando en el mundo clásico. Sobre todo en aquella Hélade desgarrada, que lo supo todo, menos entenderse políticamente unas comunidades con otras. De ello se aprovecharon primero Macedonia y más tarde Roma, para crear las primeras comunidades ecuménicas. Los ideales de coope– ración, concordia y paz, siempre latentes en la conciencia humana, hallaron un respaldo en las comunidades ecuménicas, sobre todo en el imperio romano. Toynbee no alude en esta ocasión a Polibio. Pero ya es significativo que este gran historiador griego se abra a una filosofía de la historia en el mundo clásico, para justificar la gran hazaña de unión de pueblos, realizada por Roma. Por esto, llegó ésta a ser idolatrada. Pero alega Toynbee: «La representación institucional del ídolo es demasiado remota, impersonal y distante para ganar afecto sufi– ciente, en tanto que la encarnación personal del ídolo es demasiado familiar e incapaz de inspirar el suficiente respeto. El carácter impersonal de un imperio ecuménico como institución se hace sentir en la lejanía de su metrópoli respecto de la vida cotidiana de la gran mayoría de sus súbditos» (p. 55). Estas frases de Toynbee nos hacen ver que la segunda opción elegida tampoco podía llenar el inmenso vacío humano. Fue entonces cuando se buscó un tercer camino: el culto del hombre como filósofo autosuficiente. Esta opción pudiera hacer el ridículo en ciertos ambientes actuales de des– estima hacia el filósofo. Si Toynbee hablara del sabio autosuficiente de nuestros días... Pero este filósofo de la historia mira de nuevo a la época del gran im– perio de Roma para percibirlo corroído por la desilusión y la desesperanza. Entonces ve que se yergue en el c·entro de aquella historia un hombre· que se cree capaz de dirigir las conciencias y darles una ilusión salvadora. Este hombre es el filósofo estoico. Interesa subrayar esta última opción para superar el vacío humano porque muchas veces, sobre todo en plan de confrontación ilustrada, se ha contrapuesto al santo el filósofo estoico. Sepamos, por lo mismo, qué opina Toynbee sobre el culto que se le dio como a hombre autosuficiente. Adviértase, como guión orientador, que el sistema estoico rodeó, con prevalencia sobre otros sistemas filosóficos, la cuna del Cristianismo. En la actitud de Sócrates, con su conducta heroica ante el ataque del estado, ve Toynbee una egregia figura de filósofo autosuficiente, que asestó duro golpe al culto de la comunidad parroquial. De este golpe fueron incapaces de reco– brarse no sólo Atenas sino todo el mundo helénico. Cuando éste sucumbe al imperio romano, las escuelas filosóficas del helenismo siguen el camino. socrá– tico en busca de la serenidad y de la imperturbabilidad propias del sabio. El

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