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278 E. RIVERA de Asís como una cumbre en las vías ascensionales de la santidad. El pasaje en que lo afirma es grandioso pero muy breve (p. 97). Sólo un detenido análisis de la obra pondrá en claro la dimensión histórica que Toynbee atribuye a los santos. Y en grado eminente, a san Francisco de. Asís. Este nuevo estudio de Toynbee se polariza en torno a tres ideas claves: el ego– centrismo, como estrato básico de la vida histórica humana; el vacío que sigue al esfuerzo por satisfacer las exigencias de este egocentrismo; la Realidad Abso– luta, única capaz de llenar este vacío, según se revela en las religiones supe– riores. Sobre la primera de estas ideas claves Toynbee enuncia este juicio categó– rico: «El egocentrismo es, pues, una necesidad de la vida, pero esta necesidad es al mismo tiempo un pecado. El egocentrismo es un error intelectual, porque en verdad ningún ser vivo es el centro del universo; y es también un error moral, porque ningún ser vivo tiene el derecho de obrar como si fuera centro del universo» (p. 14). Partiendo de esta constatación, Toynbee analiza en cuatro estratos distintos de la historia la acción del egocentrismo y del ineludible vac.ío subsiguiente. El primer estrato lo forma ese largo período en el que el hombre rinde culto a la naturaleza. Pero la naturaleza viene a ser para el hombre un Jano Bifronte. Su epifanía la muestra en su doble función de creadora y de destructora, según lo atestiguan los diversos mitos de las antiguas religiones y los de la época clásica, como los de Cibeles y de Hércules. Llega, con todo, un momento en el que el hombre cesa de adorar la naturaleza, al sentir su radical nulidad en el tiempo. Aparece entonces, ya en este primer estrato, el pavoroso tema del vacío, ese sentido negativo de la vida humana que el hombre se ve impelido a llenar. Dos opciones se le ofrecen en este momento: buscar la superación del vacío en sí mismo o en la Realidad Absoluta. Durante siglos él optó por henchirlo de sí mismo. Tres conatos sucesivos señala Toynbee: los dos primeros los realiza el hombre en sus intentos por organizar la vida colectiva humana. Al fracasar ambos, no le queda al hombre más que la indomable altanería de su vida soli– taria (pp. 28-37). El primer conato por superar el vacío lo realiza el hombre en las «.comuni– dades parroquiales», término con el que Toynbee significa las sociedades autó– nomas, llámense ciudad-estado, estilo clásico, o nación, estilo moderno. En estas comunidades el ego colectivo es más peligroso que en la anterior situación de naturaleza porque tiene mayor poder y se cree menos indigno del culto que se le tributa. Este ego colectivo culmina en el poder del estado «Leviatán». Lo malo del caso es que una acción injusta, que una conciencia individual se reprocha, queda condonado cuando la realiza el colectivo Leviatán. Se le absuelve de su egoísmo porque éste se ha desplazado del plano individual al plano comunitario. Este desplazamiento, siempre inaceptable y en tantas ocasiones criminal, es denunciado por la dura frase que retoma Toynbee de un olvidado sermonario: «El patriotismo es el último refugio del bribón» (p. 43). En su misma exagera– ción evoca el juicio más sereno pero igualmente duro de L. von Pastor cuando éste afirma que, a partir del Renacimiento, el amor a la patria es más una enfermedad que una virtud cristiana. Los ef.ectos de esa terrible enfermedad han

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