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296 E. RIVERA bendecido a Francisco y a sus compañeros.» Y en otro pasaje: «La pobreza de san Francisco fue la más alta gracia del Pontificado de Inocencio.» 'º De todo ello, concluimos por nuestra parte: Feliz hora en la que el poder de Inocencio y la gracia de Francisco se abrazaron. Ya los muros de Letrán, que el Papa veía desplomarse pese a su esfuerzo sobrehumano, serán perennemente apuntalados por el Pobrecito de Dios, Francisco. * * * Aquí pudiéramos cerrar nuestra reflexión sobre San Francisco ante la his– toria. El tema nos parece ahora tan transparente que podría reflejarse en la mente del que haya seguido estas reflexiones. Pero esa asociación que dulce y tenazmente acompaña al lector asiduo de la historia, nos incita a que evoquemos en este final a dos historiadores que han reflexionado de modo diametralmente opuesto ante el influjo de la santidad en la historia. Aludimos al historiador inglés de la época de la Ilustración, E. Gibbon, y al romántico francés, F. Oza– nam. Agustín Gemelli, después de mentar la impía y sardónica elegancia volte– riana contra todo lo franciscano, donde sólo la malicia supera la ignorancia, afirma con grave sentencia de historiador: «El siglo XVIII es el que menos ha comprendido y menos ha amado a san Francisco.» 21 Corto y suave es el juicio del P. Gemelli contra el siglo ilustrado ante este texto de E. Gibbon que nos da acotado su connacional Chr. Dawson: «La plaga, escribe Gibbon, de frailes men– dicantes -franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, que asolan este siglo con hábitos e instituciones, ridículos por diversas razones- es un oprobio para la religión, la ciencia y el sentido común.»" Basta este juicio para penetrar en el alma de este historiador, celebérrimo por su History of the Decline and Fall of the Roman Empire, cuya tesis sobre el influjo nefasto del cristianismo en el declive del Imperio Romano halló inmenso eco en los espíritus volterianos de la época. Medio siglo más tarde, el romanticismo de J. Goerres reacciona contra la blasfemia ilustrada en su opúsculo de resonancia histórica, Der heilige Fran– ziskus, ein Troubadour. Con él se inicia una justicia histórica a favor del influjo de las fuerzas espirituales en la trama de la historia. Le sigue muy de cerca F. Ozanam, quien sentía el deber de «crucificarse sobre la pluma y la cátedra», pero con tiempo para ejercer acendradas obras de caridad, dando vigoroso im– pulso a las Confe.rencias de San Vicente de Paúl. Dedica F. Ozanam uno de sus más bellos libros a Los poetas franciscanos de Italia en el siglo XIII (Buenos Aires 1949). Este hecho literario lo comenta así el P. Gemelli: «Con seriedad de erudito, con espiritualidad de creyente, con finura de esteta, Ozanam saludaba en san Francisco al Orfoo de la Edad Media» (p. 272). Este preámbulo lo hemos juzgado necesario para que el lector interprete con facilidad el estridente contraste cuya anécdota nos refiere el mismo F. Ozanam. 20 Die Stunde.. ., 38-39. 21 El Franciscanismo, Barcelona 1940, 260. " Dinámica de la Historia universal, Madrid 1961, 258.

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