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294 E. RíVERA lacerada con los estigmas sangrantes del Crucificado. El monte Alvernia viene a ser una réplica humana del misterio divino del monte Calvario. Plenitud del poder de la gracia por la senda escondida de la santidad. El drama, que se inicia con el sueño de Inocencio III febricitante, concluye en la sala funeraria donde muere. Las últimas palabras del gran Papa son una protesta ante el Señor de que ha querido su triunfo. Al ver a Francisco, que entra entonces en la estancia papal, Inocencia le dice: «El reino de Dios ha bajado ya a la tierra. Se halla en ti. Tómame contigo.» Francisco cubre entonces con su manto al Papa, a quien besa respetuosamente, mientras le dirige estas palabras: «En nombre de la mujer que un día me saludó vestida de color ceniza, en nombre de la santa pobreza... » El Papa le interrumpe para exclamar fuera de sí: «¿Qué veo? ¿Clavos en tus manos, sangre en tu costado? Tú eres el reino. Tú sólo.» Son sus últimas palabras, pues muere en aquel instante. La visita de Francisco al Papa moribundo recapitula todo el drama de las tensiones entre el poder y la gracia. Inocencia aún en su lecho de muerte sueña con el reino de Dios en la forma visible de un poder humano. Francisco no le trae ese poder en su última visita. Tan sólo el manto de la pobreza con el que le cubre. Pero al contemplar el gran Papa que las llagas de Cristo tienen una réplica en Francisco, opta definitivamente por el supremo poder de la santidad. Todo el drama pudiera sintentizarse en las breves palabras que hemos ya sub– rayado. Las dirige a Francisco en el momento de expirar el mayor Pontífice en la historia del poder papal: «Du bist das Reich. Du allein»: «Tú eres el reino. Tú sólo». Al terminar este resumen ideológico del drama de R. Schneidcr, Innozenz und Franziskus, advertimos una vez más que el intenso sucederse de las escenas ponen en evidencia las dos fuerzas máximas de la historia: el poder y la gracia. El dra– maturgo no sólo ha querido hacer ver que Francisco es una gran fuerza histórica, como ya anotamos con el filósofo de la historia, A. Toynbee, sino que nos ha hecho asistir al modo de su acción, como fuerza espiritual. Este modo de actuar no es otro que el de la gracia. La teología habla de «gracia eficaz». Pero casi siempre se ha visto a ésta en lucha con los impulsos siniestros en el fondo del abismo humano del homhrc concreto. Saulo de Tarso sintió cómo triunfaba la gracia en él. En nuestros días, M. de Unamuno sufrió el tremendo desgarro de la lucha, pero sin llegar a conocer las dulces alegrías de la alborada del triunfo de la gracia. R. Schneider percibe cómo la gracia triunfa en Francisco. Penetra en su interior y ve cómo su alma y su cuerpo son henchidos por la gracia que en el monte santo franciscano irra– dia santidad. Pero nos hace asistir igualmente a la irradiación de la santidad de Francisco en el mundo histórico que le rodea. Un primer momento estelar de esta irradia– ción es la culminación de la bondad ingenua de Isabel de Turingia en el heroís– mo de la santa que con sus niños sale a pedir limosna por amor a la pobreza franciscana y se retira al hospital de incurables para atender a los infelices leprosos con amor más que materno. Como la vio el delicado pincel de Murillo en el conocido cuadro para la Casa de Caridad de Sevilla, incontables veces reproducido. Para testimonio eterno del omnipotente poder de la gracia.

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