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276 E. RIVERA En este enmarque histórico, en el que se han dado cita dos grandes fuerzas históricas, el hombre grande y la masa, queremos preguntar por la aportación peculiar de san Francisco a la marcha de la historia. La respuesta, sin embargo, no va a ser formulada según nuestra perspectiva personal. Queremos que sea el pensador de hoy, el actual filósofo de la historia, quien nos responda. Hemos escogido a dos. El primero es el inglés Arnold J. Toynbee, profesional de la investigación histórica y el que ha intentado dar una visión más panorámica de la Historia Universal. No se preocupa tanto en constatar «técnicamente» lo acae– cido <;:uanto en conocer los agentes que interfieren en la historia y en precisar su respectiva influencia en la misma. El segundo, el alemán Reinho1d Schneider, es primariamente un poeta, con la característica sensibilidad que acompaña siempre al que lo es auténticamente. Pero con su sensibilidad poética ha pene– trado en los entresijos de la historia y ha intuido el modo de actuar los agentes de la misma. Es cierto que sus intuiciones, desmesuradas en ocasiones, hay que pasarlas por el tamiz de la crítica histórica. Sin embargo hacen ver siempre problemas hondos y preanuncian soluciones a los mismos. Ambos pensadores se han acercado a san Francisco.. El primero ha visto en él un& gran fuerza espiritual que perdura hasta nuestros días, en los que está llamada a henchir de contenido religioso el inmenso vacío que un tecnicismo deshumanizador está creando en tantas conciencias humanas. El segundo intuye que la fuerza espiritual de san Francisco actúa de modo diametralmente opuesto a como actúan los prepotentes de la historia. El contraste entre la acción de san Francisco y la de los poderosos es puesto de relieve por este profeta, apa– sionado por la silente fuerza de la gracia frente a la deslumbrante, pero en el fondo efímera, fuerza del poder. I. SAN FRANCISCO, FUERZA ESPIRITUAL DE LA HISTORIA El hombre se ve forzado a reflexionar sobre la historia ante el sofrenazo de la catástrofe. La primera gran visión unitaria de la historia, el ver la historia humana como la historia de una gran familia a lo largo de los siglos, la ha prospectado san Agustín en su De Civitate Dei ante los escombros de Roma asaltada por los godos de Alarico, el 24 de agosto de 410. Se recuerda este hecho a propósito. del «libro más estruendoso» que se ha escrito en este siglo sobre el tema de la historia, el de O. Spengler, La decadencia de Occidente (Madrid 1944- 46; 4 vols.). Puhlicado en 1918, se halla bajo el impacto del desplome de Centro– europa al. final de la primera guerra mundial. Tiene el gran mérito de volver a la visión unitaria de san Agustín. Pero al interpretar las culturas como ciclos biológicos. y considerar en sus últimas reflexiones que la clave de la historia se halla en quien detenta el poder político, se encuentra muy lejos de reconocer la decisiva influencia de los factores espirituales. Un personaje como san Fran· cisco le interesa tan sólo como representante de la cultura. m.edieval gótica cristiana, que vive en tensión hacia la Trascendencia. I)e su interpretación del mismo merece recogerse est.a frase de larga perspectiva en la que contrapone al D"ios, «el Padre de san Francisco de Asís», con el Dios «Sumo Poder», que va a dominar toda la cultura occidental a pa1;tir del Renacimiento. Basta en su
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