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SAN FRANCISCO ANTE LA HISTORIA quiere de mí?» La respuesta de Isabel apunta a otro máximo triunfo de la gracia: «La enfermedad es una visita de Dios; es su gracia que se acerca a ti... La •enfermedad es un canto a la gloria de Dios.» 'Triunfa la gracia sobre la repugnante enfermedad a la ·qQe trueca en punto de partida para un himno de alabanza al Dios bueno. Pero a este triunfo Isabel va a añadir otro: el más decisivo de su vida. Los caballeros cruzados, que acompañaron al esposo de Isabel, duque de Tu– ringia, camino de Tierra Santa, le traen ahora el cadáver desde las 'lejanas playas italianas donde expiró. Vienen con la intención de 'que Isabel 'vuelva de nuevo a regirles como Duquesa. Ella tiene pleno derecho al gobierno, ·Y ellos, como caballeros, tienen el deber sacro de defenderla. ¿Qué ·:rekponderá Isabel ante una actitud tan noble de sus fieles servidores? Ante el cadáver de Luis, su esposo, evoca los días de la dulce intimidad, las serenas alegrías de la convivencia. Pero reflexiona en que un día él se puso la crui sobre el pecho y partió. Tenía 27 años; eHa 21. Su amor conyugal se haliaba reforzado por él vínculo inocente y fortísimo de cuatro niños de bendición. Todo esto lo recuerda Isabel en aque– llos instantes tle repliegue y ensimismamiento; Después de larga meditación dirige a sus leales caballeros estas palabras: «J:l.l obedeció... Mi Luis lo dejó todo y murió en lejanas tierras... Me dejó viuda con cuatro niños... Pero obedeció... Los despojos que aquí me mostráis dan testimonio... Es que la llamada y la respuesta son todo en la vida.» Estas palabras de Isabel muestran que de tal suerte triunfó en ella la gracia que renuncia hasta del poder más iegítirrio para seguir a la gracia camino de la santidad. Le quedaba todavía dar una última prueba, de .q-q.e había, optado definitiva– mente por la gracia. El Obispo de B~berga le trae la pi;opuesta de celebrar bodas con el emperador Federico 11. ¿Qué mejor partido para cuantos soñaban con el reino de Dios en la tierra que poner al lado del emperador a una mujer santa y discreta? He aquí, sin embargo, lo que responde Isabel:. «Por el empe– rador mi sacrificio y mi plegaria. Es, todo lo que le pueclo ofrecer.» El obispo le pide lo otro. La suerte del imperio lo exige. Pero ella se mantiene en su pro– pósito, pronunciando con decisión estas palabras: «No Jengo otra meta ni otra aspiración que la plenitud de la santidad.» A Isabel ya no le queda otra cosa sino recibir la santa comunión eucarística y pronunciar las palabras de la eterna humildad cristiana: «Domine, non sum digna», «Señor, yo no soy .digna». Con esta jaculatoria desaparece ~sabel, l& duquesa de Turingia, del teatro de este mundo. Figura relevante en la historia de los. triunfos de la gracia cuando ésta se apodera de un corazón generoso. Pero es de notar que este triunfo se logra por el camino franciscano de la pobreza y del amor. Sobre el monte Alvernia la gracia triunfa en Francisco cuando éste experi– menta la dura prueba del Señor en el alma y en el cuerpo. Su alma, dolorida por la duda, entabla este coloquio con su Dios: «Señor, me entregaste tu palabra y yo he intentado vivirla con tu gracia. Pero, ¿no he seguido' quizá un camino falso? Mis hermanos me dicen que la senda que las he trazado es imposible. ¿Me habré tal vez engañado? Respóndeme, Señor.. , Comprendo que te pido dema– siado. Tú sólo quieres mi sacrificio. El sacrificio de mi voluntad.•.» También el cuerpo de Francisco acompaña a su alma en el dolor. Su carhe escuálida es

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