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288 E. RIVERA Ambas dimensiones del hombre histórico, preocupación y mensaje, R. Schnei– der las sintió vivamente paseando un día por las calles de Londres. Allí se apoderó de su mente la inquietante preocupación por los abusos del poder y se hizo cuestión de cuál debería ser su mensaje ante tales abusos. En su paseo por la ciudad de la niebla, vio con claridad toda la fuerza del poder humano en lo que éste tiene de maléfico. Porque es algo maléfico que toda la enorme fuerza que se respira en Londres haya tenido su origen en la repulsa de una praxis religiosa. La decisión que un día toma Enrique VIII por la que rompe con sacras vinculaciones espirituales a las que debía obediencia, fue una formidable deci– sión de poder por la que desafiaba a diez siglos de historia cristiana. ¿No hay mucho de maléfico en esta decisión y en este desafío, como ejercicio de poder? " Mas detrás del poder de la moderna Inglaterra este pensador veía así mismo otros poderes de la historia. En primera línea el poder de Roma, la de los césares. L. von Ranke ha llamado a Roma un gran taller de mando. A lo largo de los siglos se forjaron mandos en el taller de Roma como en una fábrica siderúrgica máquinas de acero. En el caso de Roma .como en el caso de Londres y en tantos otros casos el poder muestra en la historia un lado tenebroso que empavorece. Ante esta tesis pesimista, que frisa en ocasiones la concepción maniquea de la duplicidad de poderes, se hubiera desplomado este pensador-poeta si no hu– biera sentido en la historia la presencia de otra fuerza, no sólo más noble sino también más potente: la GRACIA. A uno de sus libros lo titula Poder y Gracia. Es en el que de modo más sistemático estudia sus relaciones y ,sus contrastes. Este enfrentamiento entre el poder y la gracia lo siente sobre todo en su viaje a España, según él mismo lo testifica. 17 A raíz de la primera guerra mundial, ante la ingente Tuina material, acompañada de gran depresión moral, se pone en camino hacia la pe1únsula. En Portugal medita sobre ese pueblo que durante una época transformó su vida en entusiasmo y ensoñación. Fruto de aquella medita– ción fue su obra muy sentida: La pasión de Camoes. En España contempla sobre– cogido el monumento de San Lorenzo del Escorial. Reflew.ona en que España lo quiso ser todo. Su obra Felipe JI o Religión y poder (Madrid 1943) expone los anhelos de este rey que junto con su pueblo puso todo su poder al servicio de una causa grande, la defensa de la verdad católica. Hasta quiso vincular con– sigo la santidad, encarnada en sus días en Teresa de Jesús. He aquí lo que escribe de las relaciones entre el rey y la santa: «En definitiva, es al Teya quien Teresa debe agradecer la apTobación de su Orden por el Papa. Para Felipe el santo es el hombre supremo. No se siente orgulloso de su poder y de sus victo– rias como del hecho de que bajo su dominio viven santos. Ellos son los verda– deros realizadores de la existencia terrestre... Ellos son los que eternizan las obras pasajeras» (pp. 190-191). Sin embargo, pese a su intento de unir gracia y poder, Felipe II no logró triunfar en sus designios históricos. ¿Por qué? Contestemos a este por qué con una nueva pregunta: ¿Es que la gracia nece– sita del poder? Así lo creyó el rey español, Felipe II. Y por eso colocó todo su 16 Cf. Verhüllter Tag, 129. 17 Cf. Verhüllter Tag, 26.

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