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ENRIQUE RlVERA, OFMCap SAN FRANCISCO ANTE LA HISTORIA De la simbiosis entre Francisco y su pueblo surgió en el s. XIII un movimiento de historia ascendente, cuyas repercusiones llegan hasta nosotros. El A. expone la aportación peculiar de S. Francisco a la marcha de la historia según los pensadores modernos A. To-yn– bee y R. Schneider, y algunos otros. San Francisco ante la historia, en Naturaleza y Gracia, 28 (1981) 269-299. El hombre de hoy se siente inmerso en la historia más que nunca. En el devenir de ésta percibe no pocas nubes cargadas de negros presagios, aunque clareadas a veces por la esperanza. El Concilio Vaticano II ha recogido estos pesares y estos anhelos humanos y ha querido contribuir a que el hombre halle la senda que le lleve a un mundo mejor. En frase concisa enuncia esta fórmula que todo cristiano consciente debiera en serio meditar: «El curso de la historia pide una respuesta, más aún la exige» (Gaudium et Spes 4). De esta fórmula del Vaticano II queremos partir en esta reflexión sobre San Francisco ante la historia. La fórmula enuncia una constante, pues la historia humana es constitutivamente problemática. De aquí que en ella surja siempre un problema diario al que haya que responder, más aún, que exige respuesta. La época de san Francisco no es una excepción. Al contrario. Fuerzas contrarias y muy intensas motivan que el mar humano se encrespe en los días del Santo. ¿Cuál fue entonces la actitud de éste? ¿Cuál su aportación a la marcha de la historia? Distingamos primeramente dentro de ésta dos agentes primordiales: el hom– bre grande y la masa. El hombre grande puede recibir el apelativo de genio, de héroe, de santo. La masa puede venir significada por el de pueblo, multitud, sociedad. No se trata ahora de precisar estos conceptos sociológicos sino de calar en la tensión y acercamiento que se da entre el hombre grande y la masa. J. Ortega y Gasset, al aplicar estos conceptos a la historia de España, ha distin– guido en ella horas de historia ascendente y de historia descendente. En las primeras la masa deposita su entusiasmo vital en los próceres que la dirigen. Al hombre grande que se muestra perspicaz le sigue con entusiasmo la multitud anónima, satisfecha por sentirse bien dirigida. Esto se ha dado en san ·Francisco y las multitudes que le seguían. Que fue un gran santo nadie lo discute. Que estuvo inserto en el alma de su pueblo lo dice bien la expresión oratoria de J. Vázquez de Mella, al dirigirse a los tercia– rios del Congreso de Madrid, año 1914: «San Francisco fue un ángel robado al cielo por la fe de la Edad Media.» Esta frase cala hondo en la interferencia vital entre el gran santo y su pueblo. De esta simbiosis, que no fue única, pero sí excepcional, surge en el siglo XIII un movimiento de historia ascendente con repercusiones que llegan hasta nosotros.

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