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FRANCISCO DE ASÍS 259 Este mismo juego de resistencia y sumisión mantuvo con el Cardenal Protector, Hugolino, Cardenal de Ostia, a pesar de que, con gran reve– rencia, lo llamaba «mi Señor Apostólico», en aquellos turbulentos años de la «gran prueba» y gran combate por la defensa del ideal evangélico, años 1219-1223. Hay, pues, en su personalidad y comportamiento grandes contrastes: independencia y dependencia; admirable espíritu de libertad por un lado, y sumisión al espíritu del Señor por el otro, y una obediencia radical y literal a la letra del Evangelio. * * * Los rasgos paternos y maternos confluyeron en Francisco a través de los cauces genéticos y armaron una personalidad vertebrada, original, rica y sobre todo hecha de contrastes. De su madre, la Madonna Pica, mujer sensible oriunda de la Provenza, tierra de rapsodas y trovadores, sacó Francisco la ternura y la emotividad, la compasión, fantasía y crea– tividad, la espontaneidad y la intuición, en fin, todos los sentimientos de delicadeza. De su parte, Pietro Bernardone, personalidad ambiciosa y notable mercader, heredó Francisco el espíritu caballeresco, la sed de gloria y ardor guerrero en su juventud, su temple de líder, su audacia y espíritu de aventura, así como su tenacidad cuando algo importante em– prendía. * * * Contra lo que se cree popularmente, Francisco posee una personalidad resuelta, fuerte e independiente. Desde los días de su juventud procede en todo momento seguro de sí mismo: «quería ser el primero en la osten– tación», dice su biógrafo contemporáneo, Celano; y agrega que toda la juventud de Asís «lo admiraba e imitaba» (1 Cel 2). En su conversión no consulta con nadie: «ponía gran interés en que nadie supiera lo que Uevaba dentro y no consultaba más que a Dios acerca de su propósito» (1 Cel 16). Cuando su padre Pietro Bernardone lo demandó ante un tribunal eclesiástico, para que restituyera los bienes pertenecientes al viejo mercader, Francisco reaccionó de manera inmediata y dramática: «llevado a la presencia del Obispo, no tolera demora ni vacilación. Más aún, no aguarda palabras ni pronuncia alguna, sino que, en el acto, se desnuda totalmente y lanza sus vestidos a su padre restituyéndoselos» (1 Cel 115). Y una vez que se le juntan hermanos, «nadie me enseñaba lo que yo debía hacer; sino que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). En cuanto ve claro lo que hay que hacer, jamás retrocede, nadie es capaz de desviarlo y cualquiera oposición lo consolida en su resolución. En los meses de su conversión, ni las furias de su padre, ni las lágrimas de su madre, ni las burlas de su hermano fueron capaces de desviarlo del

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