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256 I. LARRAÑAGA frecuencia, y sin proponérselo, en modelo de vida; y, de esta manera, el movimiento que se genera a su alrededor lleva un cuño muy personal, parece improvisado y hasta versátil, como que se resiste a ser aprisionado entre los moldes de una -definición. Por eso, a la hora de precisar en qué está la originalidad de un carisma nos hallamos en duros aprietos y nos vemos forzados a echar mano, para expresarlo, de vaguedades, diciendo, por ejemplo, que es un estilo de vida. El ímpetu del carisma tiende a debilitarse. Al desaparecer el hombre carismático, su movimiento pierde el empuje inicial, y va derivando progre– sivamente en formas cada vez más recargadas. Los sucesores no se sienten seguros; porque el carismático, y sólo él, era la seguridad. El grupo, para defenderse, consolidarse y para sentirse idéntico a sí mismo, necesita definirse con precisión; se intelectualiza el carisma, se trazan r_asgos de personalidad, perfiles específicos. El mensaje original es sofocado bajo el peso de preceptos y prohibiciones; y aquella simplicidad inicial va desdibujándose en un fárrago cada vez más com– plicado de comentarios e interpretaciones. Y así, piedra a piedra, la insti– tución va inexorablemente hacia arriba, mientras el espíritu primitivo va desvaneciéndose hasta reducirse a un recuerdo lejano. Esta es, un poco o un bastante, la historia del franciscanismo. Y símbolo de esto es esa basílica gigantesca de la Porciúncula, en Asís, cobijando -¿aplastando?- (salvaguardando también, es verdad) la humilde capillita de la Porciúncula, siete metros de largo y cuatro de ancho, cuna del francis– canismo y epicentro de aquella aventura evangélica. PERSONALIDAD DE CONTRASTES Lo que originó Francisco, más que una Orden, fue un movimiento. Llamé-– mosle provisoriamente «franciscanismo». Y en este movimiento lo que gravitó sin contrapeso, más que un código de leyes o una declaración de principios, fue la persona misma de Francisco. Podríamos decir que las notas o rasgos que constituyen este movimiento se acaban con la muerte de Francisco. Ningún otro personaje, aparentemente influyente como Elias, Juan de Parma, Aimon de Fave1:sham o Buenaventura, ningún aconteci– miento histórico como la reforma de los Observantes (siglo xv), o de los Capuchinos (siglo xvr), agregaron nada fundamentalmente nuevo a.l Carisma franciscano. A veces pienso, pero no estoy seguro, que, quizá, la única per– sona que aportó al movimiento franciscan.o algo original fue Clara de Asís. Un hombre concreto, Francisco, hijo de Pietro y de Pica, se puso en camino bajo el impulso del espíritu; y vivió una experiencia espiritual dife1:ente. Esta experiencia fue cristalizando en un comportamiento con– creto, muy radical, y muy diferente a los esquemas contemporáneos de vida religiosa. Se le juntaron compañeros y siguieron viviendo juntos. A pesar de que algunos de estos eran más aventajados que Francisco en letras como Pedro

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