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IGNACIO LARRA1'1:AGA, OFMCap FRANCISCO DE AS1S La revista MANRESA, para la que el A. escribió este artículo, ha querido sumarse, con su publicación, al VIII centenario de la muerte de san Francisco de Asís, de quien señala: «Bien conocido es el influjo de este Santo en el proceso de conversión de S. Igna– cio, y más tarde en la redacción de las Constituciones.» Francisco de Asís, en Manresa 54 (1982) 217-238. l. ASCENSO Y DECLINACIÓN DEL CARISMA De cuando en cuando aparecen en la Iglesia personalidades dotadas de condiciones especiales, que despiertan a los dormidos, cuestionan y ame– nazan estabilidades consagradas, abren horizontes nuevos y trazan rutas inéditas. Son los carismáticos. Igual que en una aventura, el carismático se lanza solitariamente por geografías desconocidas para explorar senderos que nunca nadie había recorrido anteriormente. Su mensaje parece nuevo. No lo es sin embargo; pero va revestido de tal empuje y resplandor, que tenemos la impresión de estar ante un fenó– meno nunca presenciado. Generalmente, el nuevo mensaje no hace refe– rencia a contenidos doctrinales, ni a actos cultuales, ni siquiera devocio– nales; sino que enfatiza en una actitud existencial, algo así como en un nuevo estilo de vida; las exigencias del mensaje son pocas y esenciales, y van anunciadas en un tono urgente y absoluto. En nada se parece a una enseñanza racional o a un enunciado doctrinal, sino más bien lleva una fuerte carga vital y va directamente dirigida al corazón. A veces el profeta se yergue como un ariete ante los muros instituciona– lizados y organizaciones religiosas; y páreciera amenazar con acabar con todo lo que pacientemente se había edificado hasta entonces. Se trata de un profeta agresivo. Otras veces, en cambio, el profeta influye por el ful– gor de su vida y la plena concordancia entre lo que dice y hace. A este grupo pertenece Francisco de Asís. El carisma nace y crece espontáneamente, impulsado por una fuerza que le viene desde dentro, se resiste a ser enmarcado en determinados cuadros y se escurre de las manos de quien quisiera asirlo o manipularlo. Es como una llama desprendida del leño, dinamismo puro, en perpetuo movimiento igual que la vida, hasta el punto de aparecer frecuentemente como carente de solidez. En torno al carismático se congrega un grupo de seguidores, atraídos por su fuego; y generalmente sin propaganda, y hasta, a veces, en contra de su voluntad. Y así, el carismático se torna en padre y maestro; y con

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