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FRANCISCó DE ASÍS 271 se ha encerrado tanta revolución y tanta carga de profundidad. La perma– nente inestabilidad de los ocho siglos de historia franciscana, tantas refor– mas y cismas y luchas fratricidas se deben a estas palabras. La propiedad da al hombre la sensación de seguridad; es apoyo psico– lógico y garantía'. de poder. Al no tener ninguna propiedad, el hombr~ queda como flotando en la inseguridad, vestido de debilidad y orfandad. ¿A quién acudir, dónde apoyarse para no sucumbir bajo el peso de la desolación? Francisco imagina a los hermanos caminando por el ancho mundo sin monasterios ni conventos ni hogar; y les dice que «dondequiera que estén o se encuentren unos con otros, manifiéstense mutuamente domésticos entre sí» (2 R ·6, 7). He aquí la idea, y la palabra, genial: domésticos; esto es, la fraternidad hará las veces de casa. Manifestándose abiertos unos a otros, acogedores unos de otros y, de consiguiente, familiares entre sí, esta apertura-acogida fraterna hará las veces de hogar y de patria, supliendo ampliamente las ventajas de la consanguinidad. La seguridad (y cobijo) que a otras personas les da una casa confortable o un sólido monasterio, en el caso de los Hermanos Menores se lo dará el calor fraterno. Está bien. La casa es una ne.cesi~ad primaria. Pero hay otras necesi– dades: comida, vestido, eventuales 'enfermedades. ¿Cómo solucionarlas? El dinero abre todas las puertas. Pero Francisco les ordena terminante– mente: «mando firmemente a todos los hermanos que de ningún modo reciban dinero por sí mismos o por sus intermediarios» (2 R 4, 1). ¿Qué hace,r, entonces? Otra vez Francisco dará el admirable salto de la pobreza a la fraternidad·: «manifiéstense confiadamente el uno al otro sus necesi– dades» (2 R 6, 8). He aquí los hermanos abiertos unos a otros: unos para dar y otros para recibir; unos para •exponer sus necesidades y otros para solucionarlas. Y así,. tan simplemente, provoca Francisco el éxodo pascual, la «salida» hacia el otro. Así, sin grandes teologías ni psicologías, Francisco lanza a los herma– nos a la gran aventura fraterna en el campo de la pobreza. Desde el punto de vista evangélico, el capitulo VI de la Regla (2 R,ó) puede considerarse como una manera sumamente original de organizar la vida, porque une en perfecto maridaje los dos grandes valores evangélicos: la pobreza y la fraternidad. Francisco les da consejos para «cuando van por el mundo» (2 R 3, 10), lo que no es referencia a unas salidas esporádicas desde los lugares en que viven, sino que se refiere a su condición habitual de itinerantes. Supon– gamos, pues, que cuando van por el mundo en grupos de tres, a uno de ellos se le lastima el pie. Los otros dos vuelven por necesidad al herido para ayudarlo: el uno va en busca de agua o de lienzo, el otro lo cuida y lo cura. Más tarde, supongamos, una fiebre alta sé apodera de otro her– mano; detienen la peregrinación; los otros dos se preocupan, le entregan el cuidado como una madre, y su tiempo, día y noche, hasta que el enfermo recupera la salud. En una ·palabra, todos están salidos de sí y vueltos al otro.
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