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270 I. LARRAÑAGA la minoridad. En una palabra, Hermano Menor constituiría la identidad carismática franciscana. Dudo que Francisco tuviera conciencia explícita de esto. Es posible que se haya rescatado este valor por mirar la historia primitiva desde nues– tra óptica tan sensible a los valores fraternos. De todas formas, las reitera– ciones de Francisco, en sus escritos, son incomparablemente más .insis– tentes sobre la pobreza que sobre la fraternidad; si bien, para un hombre existencial, más importancia tiene la vida misma que los escritos; y está a la vista que la vida de la primera generación se concretizó y se desplegó en forma de grupos humanos; no eran conventos sino hogares. Si analizamos el género de vida de la generación primitiva, caemos enseguida en la cuenta de que el franciscanismo nació y creció en frater– nidad, porque nació en la pobreza. Los hermanos nacieron como itineran– tes: no tenían conventos ni monasterios; en el mejor de los casos, tenían chozas. Necesariamente tenían que ser pequeños grupos. •En las chozas no tenían celdas independientes; todo era común, compartido, sin privacidad, abierto; la cabaña hacía las veces de dormitorio, refectorio, capilla. El mo– delo añorado de vivienda franciscana fue el tugurio de Rivotorto, donde transcurrió, aunque fugazmente, la época de oro del franciscanismo (1 Cel 42). Naturalmente, en las chozas estaban los hermanos necesariamente inter• comunicados. Era normal que los hermanos vivieran, no én el silencio y disciplina monacal, sino en una amplia y estrecha interrelación; y que, inevitablemente, cada grupo se transformara en una familia, como en un cálido hogar en que no hay mío y tuyo, en que todo es común: el alimento y la oración, los encantos y los conflictos, las crisis y las alegrías. ·Por ser pobres, nacieron como hermanos. Por lo demás, donde estaba Francisco, dada su personalidad, nacía en su entorno el clima de espontaneidad, calor y comunicación. Por eso, aún hoy, se atribuyen al franciscano ciertos ma– tices hogareños como sencillez, cordialidad... ; son un eco lejano de aquel clima familiar en que nació. •Este es, pues, el salto: de la pobreza a la fraternidad. Allí donde los miembros de una comunidad se bastan para todo y no tienen necesidades, es imposible generar un clima de hogar..El tener las necesidades satisfe– chas, resguardada la privacidad con una celda cómoda, asegurada la mesa y bien surtido el ropero, todo eso hace que, inevitablemente, los hermanos se replieguen hacia un individualismo solitario y autosuficie~e. En el caso del carisma franciscano, más que los principios doctrinales fue la vida misma la que abrió los c~uce.s fraternos. Donde hay una nece– sidad, viene la ayuda del otro. La pÓbreza crea necesidades; y para solu– cionarlas, se abren los hermanos, unos a otros. Este género de vida se vivió en nombre del Evangelio en los primeros tiempos; y más tarde, casi al final, se codificó. Francisco, siguiendo las «órdenes» de Jesús, comienza por un mandato drástico y lapidario: «Los hermanos no se apropien nada para sí, ni casa ni terreno ni cosa alguna» (2 R 6, 1). Pocas veces en tan pocas palabras

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