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FRANCISCO DE ASÍS 269 dosele a fuego y para siempre en la substancia primitiva de su espíritu; el tiempo nunca lograría cauterizar esa herida. Aquí comenzaba la pere– grinación que habría de culminar sobre las rocas del Alvernia. Y, según san Buenaventura, esta escena puso el sello definitivo de la d·evoción fran– ciscana. Jres años antes de partir a la Casa del l>adre, y tres meses antes de su estigmatización, la enfermedad tenía al Pobre de Asís arrinconado contra las cuerdas en el rincón de la cabaña de la Porciúncula. Ni siqúiera podía moverse. Los hermanos le propusieron y se ofrecieron para leerle algunos fragmentos evangélicos, cosa que en otros tiempos tanto le éfnocionaba, para, de esta man.era, mitigar sus dolores. Y, ante la exttáñeza de todos, respondió el Hermano: «No, no hace falta. Conozco a Cristo Pobre y Cru– cificado y eso me basta» (2 Cel 205). He aquí la síntesis de un ideal: una persona, Cristo; y éste, pobre y crucificado. Para Francisco no hay motivos para ser pobre, ni siquiera las ventajas que deja la libertad, la disponibilidad o la transparencia fra– terna, El único motivo de éste: Cristo, siendo rico, se hizo pobre. Siempre que Francisco quiere sintetizar ante los hermanos el ideal de su vida, enarbola esta frase: «seguir la vida y la pobreza del Altísimo Señor Jesu- cristo». · Desde los días de Dante la opinión pública sabe que no ha habido caba– llero andante que haya rendido a la dama de sus sueños tanta devoción y culto, como Francisco a la Dama Pobreza. Desde el 24 de abril de 120'9, en que se desprende de la túnica y del calzado, hasta el 3 de octubre de 1226, en que manda que lo despojen de toda ropa y lo coloquen desnudo sobre la tierra desnuda para morir, •Francisco de Asís fue sencillamente eso: un caballero que guardó altísima fidelidad a su Dama, «Nuestra Señora la Pobreza». Un par de días antes de morir, Francisco envió a Clara y a las Datnas Pobres (así llamaba caballerosamente a las Clarisas) unas palabras de des– pedida, a modo de testamento, que probablemente fueron las últimas pala– bras que dictó: ~<YO; el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su Santí– sima Madre, y perseverar en ella hasta el fin; y os rnégo, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santísb:na vida y pobreza. Y estad alerta para que de ninguna manera os apartéis jamás de ella por la ense– ñanza o consejo de quien sea.» * * * Hóy día, a partir del proceso de renovación conciliar, dentro de la familia franciscana se ha llegado a considerar la fraternidad como novedad o elemento constitutivo de su carisma, en el mismo nivel que la pobreza– humildad, que, entre nosotros, recibe el nombre de minoridad. Sería, pues, la fraternidad la novedad constitutiva, juntamente y en el mismo nivel que

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