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268 I. LARRAÑAGA gelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad» (1 R 1 y 12). Pocas veces, en la historia de la Iglesia, se ha dado una batalla tan llena de grandeza, pasión y aspereza por la defensa del ideal evangélico. * * * Pan~ Francisco el Evangelio no es el «libro .de los cuatro evangelios». Es el mismo Jesucristo, quien alcanzó plenamente al hombre de Asís, y éste se dejó seducir e invadir. Cuando Francisco habla de la «observancia del Evangelio», sobreentiende «pisar las pisadas» de Jesús, repetir en su vida la disposición interior, criterios de vida, consejos y mandatos, hacer lo que Jesús hizo. El Evangelio no es, pues, para el Hermano una. abstracción doctrinal o una intelectualización teórica, como sucede muchas veces ahora que está de moda el Evangelio. Es comprometerse a fondo y bajo todas las conse– cuencias prácticas con Cristo Jesús. Más aún, es apostar por Cristo. Pero de este Jesucristo se le grabaron a fuego ciertos rasgos. A unos carismáticos sedujo el Cristo Maestro y Doctor; a otros, un Cristo con– templando en las montañas; a otros, un Cristo sanando enfermedades y derramando bondad en los necesitados; a otros, un Cristo real y trans– histórico. Al Pobre de Asís le impactó vivamente el Cristo pobre y humilde, con todo aquello que implicara desapropiación, desnudez, Kenosis. Y, como hombre sensitivo y concreto, lo estremecieron de manera particular los misterios que gráficamente expresan ese despojo, oomo son Belén y Cal– vario. Muchas cosas mandó hacer Jesús, pero a él le impactaFon de manera especial los consejos apostólicos que exigían privación y desnudez. Y de esta perspectiva cristológica nace la novedad general del carisma franciscano, una perspectiva (Cristo pobre y humilde) que nadie había advertido hasta entonces, al menos con tanto entusiasmo. De aquí también se originaron, con toda naturalidad, los rasgos peculiares o novedades del franciscanismo: la opción preferencial por los margiriados de aquella socie– dad: leprosos, mendigos, asaltantes de caminos y pecadores; el modo de elltender la tensión autoridad-obediencia; eficacia o inefica€ia apostólica; la interdependencia entre la fraternidad y la pobreza; el trabajo y el apos– tolado de la presencia. Y aunque nunca se preocupó de dar testimonio de pobreza, como nosotros, su preocupación apasionada y casi obsesiva fue siempre ser pobre como Jesús. Para la opinión pública, la novedad más relevante del franciscanisrno es la pobreza. Ahora, ¿por qué le impactó precisamente este Cristo pobre? Probable– mente debido, en primer lugar, a su carácter sensitivo; en segundo lugar, por respirar, en su entorno, una piedad popular centrada en un Cristo humanado y doliente; y también, debido al hecho. de haber vivido una de sus primeras y más fuertes experiencias espirituales con el Crucifijo de la ermita de San Damián. Efectivamente, estando todavía en el siglo, la imagen de Cristo crucificado penetró como centella en su alma, grabán-

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