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FRANCISCO DE ASÍS 267 Evangelio es utopía. Y les concedieron la autorización verbal, ad experi– mentum. Allá mismo comenzó a vivirse la hermosa gesta evangélica; que duró unos quince años. El grupo fue creciendo aceleradamente. Aquella Reglita no servía para poner orden en la masa aceleradamente creciente y tan hete– rogénea. Se imponía una legislación más estructurada y menos evangélica. Francisco resistió varios años a esta sugerencia, afirmando que no hay más Regla que el «Evangelio de nuestro Señor Jesucristo». Y ahí se ori– ginó y se consumó la historia más apasionante y dramática por la defensa del Evangelio, historia que hundió a Francisco en aquella «agonía» de unos cuatro años. Las circunstancias, los ministros y el Cardenal Protector presionaron de tal modo al Pobre que, llegada la primavera de 1221, subió el Hermano a las alturas bravías de Fonte Colombo, en el valle de Rieti, y redactó la Regla llamada no-bulada (1 R). Los intelectuales esperaban un documento estructural y realista. Se equivocaron. Esta Regla era, y es, una apasionada invocación y provocación a responder al Amor, documento en el que Fran– cisco vuelca completamente y sin inhibiciones los ideales alimentados y retenidos desde la Noche de Espoleta, sin cuidar mucho las reglas grama– ticales, con 96 textos evangélicos, haciendo caso omiso de los avisos de los intelectuales y sin tener para nada en cuenta las normas redaccionales de una legislación. Desde luego, pocos hombres habrá tan inútiles como Fran– cisco (profeta y poeta) para redactar un texto legislativo. La Regla no-bulada era un desafío para los que querían nuevos rumbos. Los ministros e intelectuales, sin embargo, no perdieron la cabeza, y pro– cedieron con suma sagacidad, dando largas, sin aceptar ser provocados por los idealistas. Consiguieron que no se aprobara la Regla, y encargaron al Cardenal Protector de que, en adelante, tratara personalmente con Fran– cisco todo lo referente a la legislación. El Cardenal, con una actuación paciente y dilatada, fue persuadiendo al Pobre en el sentido de que un documento legislativo, para ser aprobado por la Santa Sede, necesitaba con– cisión y precisión. De nuevo, pues, subió el Pobre a las alturas de Fonte Colombo, y redactó otra Regla que, por lo visto, tampoco fue del agrado de los ministros e intelectuales, porque «se les extravió». Con infinita paciencia y dolor, con una tristísima noche oscura en el alma, subió de nuevo el Hermano a los roquedales de Fonte Colombo y, siguiendo las orientaciones de Hugolino, escribió la Regla oficial de los Hermanos Menores, que más tarde fue aprobada; una Regla breve y concisa según las indicaciones recibidas, sin apelaciones ni efusiones, con una drástica reducción de los textos evan– gélicos (de 96 textos de la otra Regla, sólo quedaron seis), doce breves capítulos: más o menos el documento que querían los ministros. Pero aun así nadie pudo impedir que, en el encabezamiento y en el final del docu– mento, estampara vigorosamente, como una protesta, aquellas palabras: «La regla y vida de los hermanos menores es esta: guardar el santo Evan-

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