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FRANCISCO DE ASÍS 265 Capítulos tuvieron inicialmente esa finalidad: los hermanos, llegados de todas partes del mundo, se congregaban, en Pentecostés, en la Porciúncula. Se encontraban, fraternizaban, revisaban las normas que se habían dado en el Capítulo anterior, analizaban cómo les había ido durante el año; por los resultados juzgaban de su practicidad; según los resultados también, los incluían en el proyecto de vida o los excluían; el Capítulo daba nuevas normas para experimentarlas durante el año entrante. Y así nació la «forma de vida» franciscana. La Regla nació de la vida. Ahora bien, la vida se resiste a ser aprisionada entre los moldes de una definición. Es muy difícil, por no decir imposible, esquematizar un carisma, cuando el carisma, como en este caso, es eminentemente una per– sona y una vida. Trataremos, no obstante, de decir algo, resaltando algunos elementos que, por Uamar de alguna manera, llamaremos novedades. La primera y radical novedad fue la «revelación» que recibió Francisco, en el sentido de que él y su grupo debían vivir «según la forma del santo Evangelio». La historia fue la siguiente. Después del tira y afloja entre las insistencias de Dios y las resistencias del joven Francisco; después que éste pasó columpiándose entre los recla– mos de Dios y los reclamos del mundo, la visitación divina de la Noche de Espol'eto dejó a Francisco definitivamente golpeado y herido. Busca la sole– dad para estar con Dios; convive con los leprosos y mendigos; restaura las capillas arruinadas; vive situaciones ásperas con su padre hasta entregaFle incluso sus vestidos, quedándose desnudo, y experimentando así el misterio de la pobreza, de la libertad y de la alegría; vive altas y profundas expe– riencias divinas en las soledades de los bosques. Habían pasado dos años. Había sido hasta ahora un caminar de sor– pre&a en sorpresa, provisoriamente, por las vías de la fidelidad. Llama la atención la soledad completa en que había hecho este recorrido, un hom– bre, por otra parte, tan comunicativo. No consultó a nadie. No recorrió caminos trillados. No se hizo monje ni sacerdote ni cenobita. Dios lo lanzó a la oscuridad completa, a la incertidumbre completa para abrir rutas desconocidas. Pero, ¿ qué rutas? Espe:raba algo, pero no vislumbraba nada. De pronto la Fevelación, por muy esperada que fuese, surgió inesperada– mente. En la capillita restaurada de la Porciúncula, el 24 de febrero, escuchó Francisco el Evangelio del día, el de la misión de los Doce: «Id y predicad. No llevéis dinero ni provisiones ni zapatos ni bastón, etc.» Francisco quedó impresionadísimo, como si nunca hubiera oído esas palabras; como si el mismo Jesús las hubiera pronunciado expresamente para él. ,Estaba estre– mecido, como cuando los profetas, en los tiempos bíblicos, recibían una revelación. Después de la misa, llevó al celebrante al fondo del bosque, le pidió una explicación sobre las palabras oídas; el cefebrante se la dio y, agitando los brazos y como iluminado, dijo: «esto es lo que buscaba; era esto lo que ansiaba; y este programa pondré en práctica hasta el fin de mis días» (1 Cel 22).
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