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264 I. LARRAÑAGA Dios, que el mundo llama azar. La respuesta del Señor fue clara: quien quiera seguirlo, debe vender todo; para el camino no deben llevar nada; ha de negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir. Francisco, mirando a los aspirantes dijo: «hermanos, esta es nuestra vida y regla, y de cuantos qui– sieren convivir en nuestra compañía; id, pues, y cumplid cuanto habéis oído» (TC 28 y 29). Salieron de la iglesia, llegaron al bien abastecido alma– cén de Bernardo, y repartieron toda la mercancía entre los necesitados. Y así, en la medida en que iban presentándose los problemas, fae solu– cionándolos bajo la orientación de la Palabra, entendida literalmente y radicalmente ejecutada. Esa fue su posición ante el Evangelio: una litera– lidad ingenua o una ingenuidad radical, texto y contexto, el espíritu y la letra, todo junto, vivido por una personalidad marcada por la concretez y la instantaneidad. Y, es fácil imaginar: esta postura ingenua y radical frente a la palabra de Jesús, en la época en que Francisco era él solo y enseguida un grupito de incondicionales, dio por resultado una de las aventuras evangélicas más hermosas en la historia de la Iglesia. Pero, como puede imaginarse, tam– bién cuando muy pronto los hermanos fueron millares, esta simplicidad evangélica desencadenó un formidable problema de organización. No es de extrañar que, más tarde, los intelectuales y prudentes llegados de París y Oxford, se trabaran en aquel conflicto doloroso con el Pobre de Asís, aunque lo amaran y veneraran sobremanera. Este es otro aspecto digno de destacarse: Francisco tuvo adversarios, pero nunca enemigos. Los que se Je opusieron y tanto le hicieron sufrir, lo amaron entrañablemente al mismo tiempo. Dentro de su rasgo general de concretez, el hombre de Asís tenía tam– bién la tendencia instintiva de «plastificar» las verdades, dramatizándolas no pocas veces como en una obra teatral, echando mano frecuentemente de la alegoría y la parábola. Era, diríamos, un artista nato; como dicen: «el más santo de los italianos y el más italiano de los santos». Durante un sermón ante Honorio 111 y toda la Curia Romana, el entusiasmo desbordó a Francisco y comenzó a bailar (2 Cel 72). A veces «representaba en la pre– dicación entremezclando sus palabras con mímica y gestos enardecidos» (2 Cel 207). Recuérdese también el primer Nacimiento representado en Greccio unos años antes de morir. II. NOVEDADES Y MOMENTOS ALTOS Nunca fue el Hermano aquel tipo de intelectual que antes de ejecutar un plan, lo elabora mentalmente; las abstracciones las reduce a fórmulas prácticas, y éstas, a su vez, a prescripciones y determinaciones, acabando por concretar todo en una legislación.. Al contrario, fue el tipo existencial que no se preocupa de pensar sino de vivir. Solamente eso: vivir simple– mente y plenamente, teniendo como única inspiración y guía el Evangelio. La legislación que más tarde dio Francisco a los hermanos no fue otra cosa sino una codificación de lo ;que se había vivido hasta entonces. Los

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