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294 FIDEL AIZPURÚA dad uniendo sencillez y profundidad ya que «nada de lo que tiene auténtico significado resulta demasiado difícil de comprender a cual– quier persona». 9 • Un síntoma de que se está en la dirección de la profundidad es la capacidad para encajar la adversidad y la crítica. Aunque hallamos en el Francisco del final sobre todo síntomas evidentes de una experiencia de indignación, 10 queda claro en toda la literatura de la época que él ha sabido encajar la dificultad mayor que provenía de las diferentes visio– nes de la Orden y que ello le ha llevado a vivir de forma única las profundidades del misterio de la cruz de Cristo. Francisco ha entendi– do el sufrimiento no en formas destructoras sino como camino hacia la verdad, hacia la profundidad de Dios. Las paradojas de la vida fraterna han roto su sello para él y, ante todo, ha querido ser hermano. De todo ello se deriva que Francisco ha redimensionado lo humano desde el momento en que su vida ha enfilado el camino de la profundidad. Con ello no ha hecho sino mostrar que es en este ámbito de la historia donde realmente se juega el porvenir del creyente y que no es necesario, ni siquiera como hipótesis, el recurso a instancias ajenas al don de la historia, don mayor y continente de todos los otros dones de la vida. Así queda claro que lo humano, aunque no desconectado de Dios, es autónomo. Profundidad y autonomía son realidades interaccionadas. 2. LA REDIMENSIÓN DE LAS ESTRUCTURAS SOCIALES Con rasgos bien precisos describe Tillich los procesos personales y sociales que llevan a la ausencia de profundidad: «En nuestra vida, la mayoría de las cosas se mueve en la superficie. Estamos rodeados de la rutina que mueve nuestra vida cotidiana, en el trabajo, las diversiones, la profesión y los esparci– mientos. Estamos expuestos a incontables azares; buenos y malos. Más que mover, somos movidos. No hacemos una escala para mirar hacia arriba, por encima de nosotros, o hacia la profundidad bajo nosotros. Marchamos siempre hacia delante; pero la mayoría de las veces en un círculo, que a la postre nos devuelve al mismo lugar del que habíamos salido. Estamos en movimiento continuo, y nunca hacemos un alto para penetrar en la profundidad. Habla– mos y hablamos, y nunca escuchamos aquella voz de nuestra profundidad que habla a nuestra profundidad. Nos afirmamos tal como nos vemos, y no nos 9 P. TILLICH, op. cit., p. 118. 10 EP 106; Flor 4; LM 14, 3; 1 Cel 110; Crónica de Jordán de Giano 17.

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