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298 FIDEL AIZPURÚA Tal como dice 2CtaF 4-6 entre nuestra humanidad y la de Jesús hay un profundo trasvase: él ha tomado nuestra humanidad, nosotros tomamos ahora la suya, siendo la Iglesia la receptora del hecho encarnacional. Esta encarna– ción es, ante todo, un misterio de pobreza y fragilidad 26 de donde puede surgir el gozo por la humanidad de Jesús. 27 De modo que la hermosura del mecanismo encarnacional no es tanto la maravilla de Dios que asume lo humano sino las posibilidades que la encarnación suscita en la historia hu– mana.28 Esta perspectiva, más histórica que espiritual, remite a la responsabili– dad del creyente ante el don de Dios y empuja a la solidaridad con todos los elementos que componen la aventura humana. De alguna forma, Francisco lo ha captado así cuando ha descubierto que el camino de la confluencia con la pobreza era el modo de hacer visible la vivencia histórica de la espiritualidad de la encarnación. Por su parte, la experiencia de la humanidad de Jesús en el misterio de la muerte en cruz ha acompañado la vivencia cristiana de Francisco desde el principio: la experiencia con el Cristo de san Damián confirmaba la opción básica por las pobrezas como parte del mismo dinamismo de la cruz. 29 Así, el dolor de Cristo esclarecía y daba sentido al dolor de todas las demás personas. Pero es sobre todo en la gran crisis del final cuando la cruz de Jesús ha sido agarradero en la propia experiencia de sufrimiento. Sin entrar en detalles pode– mos decir que el singular tema de las llagas es el final de un proceso de meditación, imitación y vivencia de la fe en la pasión y cruz de Jesús. 30 Los últimos años de su vida han estado impregnados de la búsqueda del sentido y valor del Cristo sufriente y crucificado. Para Francisco, la persona y su existencia están perdidas; la salvación solamente podrá venir de la autoentrega gratuita de un Dios de amor que comparte la suerte del hombre. Ése es Jesús. Cuando la persona cae en la cuenta de esto, se deja llevar del amor que en la cruz ha acogido su vida perdida y en la fuerza de ese amor es capaz de generar un nuevo estilo de vida que está marcado por la autoentrega y el ensanchamiento de su núcleo personal para hacer sitio a los otros, a los pobres sobre todo. De modo que la vivencia de ambos extremos, nacimiento y cruz, se con– vierte en dinamismo de vida. Su contemplación va en línea del ahondamiento para la vida, no para la desconexión de ella. Y, en último término, la humani- 26 2CtaF 5. 27 Desde esta perspectiva hay que interpretar la escena de Greccio: 1 Cel 84; 2 Cel 199-200; EP 114; LP 14. 28 «Les hizo capaces de ser hijos de Dios», dice Jn 1,12. Este verso es, sin duda, el que marca la óptica correcta del Prólogo joánico. 29 Cf. TC 13. 30 TC 25.

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