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EL RECURSO A LA MESA DEL SEl'lOR 21 un lado es natural que aquel que se encuentra en necesidad habitual u ocasio– nal, la realice sin que suponga una verdadera humillación para el sentido de su propia dignidad. Pero, por otro lado, cuando se convierte en un hábito puede degenerar en el mendigo-vividor, es decir, la elección de la mendicidad como un sistema de vida, fenómeno muy frecuente en el pasado y en el presente, que consiste en el vivir a costa de la benevolencia de los otros. No obstante, está la elección del pobre voluntario que, por motivos religiosos, o en virtud de un ideal de vida que tiene como base la liberación de los condicionamientos de los bienes terrenos mediante la pobreza voluntaria, se confía en la divina provi– dencia de Dios y en la voluntad de aquellos que saben valorar tal decisión. En tal caso se trata de un cambio de bienes, como lo explica san Pablo a los fieles de Corinto (2 Cor 8, 13s). Un ejemplo típico lo tenemos en los monjes budistas de algunos países, como Tailandia, los cuales cada mañana se distribuyen por los caminos para mendigar el alimento necesario para un solo día. Los monjes cristianos orien– tales, en general no practicaron esta forma de procurarse lo necesario; en el Occidente la mendicidad era prohibida por los cánones, tanto a los clérigos como a los monjes; solamente en el siglo xn los eremitas de la Orden de Grandmont practicaron la mendicación por motivos de renuncia a la seguri– dad económica de las rentas y posesiones. 1 Pero será san Francisco de Asís, con su pobreza radical sin medios estables de vida, quien introducirá «involuntario», la mendicación como sistema de vida y así será adoptado por las Órdenes mendicantes. 3. LA MENDICACIÓN EN EL IDEAL EVANGÉLICO DE FRANCISCO Antes de su conversión el joven hijo del rico comerciante era sensible a la condición de los pobres y les daba limosna con libertad; durante su itinerario penitencial multiplicó sus regalos con los leprosos y con los más necesitados (cf. 1 Cel 17; 2 Ce15, 8; TC 8-12). Pero cuando se ve pobre como los más pobres, necesitado de limosnas, se convierte él mismo en un mendicante y más aún porque su trabajo de restaurador de iglesias era espontáneo y gratuito. Y «se fue por Asís pidiendo de puerta en puerta un poco de comida cocida». Toda su sensibilidad y fiereza se revuelve contra aquella vergüenza y se vencía a sí mismo expresándose en la lengua de los trovadores (cf. 2 Cel 13 ss.), Después del descubrimiento de la forma de vida a la luz del Evangelio de 1 Cf. DoRRIES, «Monchtum und Arbeit», in Wort und Studen, l, Gottinga 1996, 277- 301; Th. DESBONNETS - D. VoRREUX, Saint Fran(ois d'Assise. Documents, París 1968, 65, n. 34.
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