BCCCAP00000000000000000001511

28 LÁ.ZARO IRIARTE de sustento; pero al mismo tiempo quieren pronunciarse contra el peligro de ensoberbecerse a causa de la inseguridad, la característica inseparable de la verdadera pobreza. Los estatutos de Albacína disponían: «Los superiores estén muy atentos, en el buscar la limosna, que no se haga para tener muchas provisiones, sino lo necesario para dos o tres días, o cuando más para una semana, según la exigencia de los lugares y de la distancia, siempre teniendo en el corazón y en la ejecución de las obras, en cuanto sea posible, nuestro pobre estado» (n. 18). Las constituciones de 1536, antes que nada, suspenden el oficio del síndico o procurador con la función de recibir el dinero para los hermanos o a nombre de ellos (n. 57). En lo que se refiere al recurso de los amigos espirituales, amonestaban a los hermanos a no inducir a los enfermos que visitaban a dejar en favor de la Orden algún bien, y a no recurrir a los bienhechores, sino en caso de verdadera necesidad (n. 59). Reproducían la disposición de Albacina sobre el proveerse de lo necesario para el vestido, obligándose así a la mendicación cotidiana (n. 81), alimentos delicados sólo se podían pedir para los enfermos, a menos que fueran «ofrecidos, no pedidos» (n. 83). Y añadían: «Sobre todo se guarden los hermanos que, abundando las limosnas por el favor de los grandes y por la fe de los pueblos y la devoción del mundo, no abandonen a su santísima madre, la pobreza, como no legítimos hijos de san Francisco» (n. 84). Por una parte los primeros capuchinos temían que por la generosidad de los bienhechores viniese la infidelidad a la pobreza; por otra parte, con un sentido evangélico de compartir, se preocupaban de hacer participar a los otros pobres de las ventajas que ellos encontraban en la devoción de la gente. En efecto las mismas constituciones imponían la obligación de organizar la mendicación para .ixorrer a los pobres en tiempo de carestía y de prodigarse en serio al servicio de los enfermos en tiempo de peste (nn. 85, 89). Así como estaban atentos a no explotar en ventajas propia la devoción de los bienhechores, así igualmente evitaban toda instrumentalización de la pre– dicación. Los predicadores no sólo debían prestar gratuitamente su ministerio, sino también abstenerse de hacer la mendicación o por medio de otros, con ocasión de la predicación (n. 115). 3.5.2. El hermano mendicante: presencia y mensaje Por principio, el servicio de la mendicidad entre los capuchinos era una tarea de todos los hermanos, sacerdotes y no sacerdotes; pero con el tiempo los

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz