BCCCAP00000000000000000001510

EL CARISMA DE FRANCISCO DE ASÍS 101 Para ilustrar este principio, Celano trae un par de ejemplos: El de un religioso que tenía dos hijas en el monasterio y se ofreció al Santo para llevarlas un regalo, y el de otro que, ignorando la prohibición, se acercó un invierno al monasterio. En ambos casos, la fuerte decisión de Francisco se aprecia por la calidad de las penitencias impuestas (2 Cel 206). Pero no termina con esto la serie de relatos conducentes a mostrarnos la postura del Santo con relación a las Clarisas. El gesto simbólico del canto del Miserere en medio de la ceniza es una invitación a las monjas para que se estimen tanto como ella y desechen de su corazón todo otro tipo de sentimien– tos (2 Cel 207). El resumen que hace Celano de la actitud de Francisco hacia las monjas refleja bien su sentir: Tal era su trato con las mujeres consagradas; tales las visitas, provechosísimas, pero motivadas y raras. Tal su voluntad respecto a todos los herma– nos: quería que las sirvieran por Cristo -a quien ellas sirven-, cuidándose, con todo, siempre, como se cuidan las aves, de los lazos tendidos a su paso (2 Cel 207). Las Damianitas, a pesar de su consagración a Dios, como mujeres siguen siendo una trampa donde puede quedar atrapada la virtud de los frailes; por eso hay que tratarlas con precaución. Lo que no sabemos del todo es si esta actitud hacia las Damas Pobres con que Celano nos presenta a Francisco responde a la realidad o, por el contrario, es una proyección con intenciones ejemplarizantes. e) Relación de parentesco espiritual La acepción del término «compatres», en el texto original, como «padrinos» ha hecho difícil la inteligencia de este fragmento como norma de vigilancia para la castidad, ya que no se entiende muy bien qué peligro puede haber para la virtud de la castidad en el hecho de apadrinar a un niño o a una niña. A mi entender, lo que aquí se propone como peligroso no es tanto la relación de «padrinazgo» cuando de «compadrazgo»; es decir, que si hay que evitar el hacerse «compadres» no es por la peligrosidad que pueda suponer el relacio– narse con el ahijado o ahijada, sino con los padres de éstos; pues el «compa– drazgo» es una relación entre padres y padrinos que, no cabe duda, está motivada por el apadrinamiento. Aunque el «compadrazgo,,, por sí mismo, sólo relaciona espiritualmente con los padres de los bautizados, sin embargo se le daba -y se le sigue dando en algunos lugares- un vínculo social y casi familiar. Por eso los concilios y reglas monásticas insisten, una y otra vez, en que los monjes no se hagan compadres y eviten así toda familiaridad. con mujeres. 371 371 Reg. S. Ferreoli (s. v!), MIGNE, PL 66,865; Const. Antissiodorense (s. vi), Decr. Grat.,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz