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392 JULIO MJCÓ llosamente el doble efecto -de muerte o de vida- que puede tener la ciencia para los frailes, sobre todo predicadores: Son matados por la letra los que única– mente desean saber las solas palabras, para ser tenidos por más sabios entre los otros y poder adquirir grandes riquezas que legar a sus consanguíneos y amigos. También son matados por la letra los religiosos que no quieren seguir el espíritu de las divinas letras, sino prefieren saber sólo las palabras e interpretarlas para otros. Y son vivificados por el espíritu de las divinas letras quienes no atribuyen al cuerpo toda la letra que saben y desean saber, sino que con la palabra y el ejemplo se la restituyen al altísimo Seiíor Dios, de quien es todo bien (Adm 7,1-4). Una predicación así no podía ser sino trasparente y sincera, como son las palabras del Señor: «examinata et casta» (Sal 12,7;17,31). Por eso, la finalidad de los sermones no es mostrar la propia sabiduría o erudición, sino el provecho del pueblo, anunciándole las palabras justas; es decir, los vicios y las virtudes, la pena y la gloria. El temario aquí propuesto no está dirigido a la predicación penitencial. Si bien es verdad que una de las características de la predicación itinerante es su practicidad, ello no quiere decir que tenga que faltarle rigor teológico. En líneas generales, estas advertencias coinciden con las subrayadas por Inocencio III en uno de sus sermones al decir que el predicador cauto debe componer sus sermones de acuerdo con la diversidad de circunstancias y personas, de modo que una de las veces hablará sobre las virtudes, otra sobre los vicios, o bien de las penas o, tal vez, de los premios. 3 ' 9 Los cauces por donde debe discurrir la predicación son lo bastante amplios como para dar cabida tanto a los sermones para el clero, por lo general más cultos, como para el pueblo; 340 lo único que se pretende es desterrar toda disquisición y floritura que embote orgullosamente al predicador, pero que sirva de muy poco para el pueblo. El predicador, según Francisco, debe ser una transparencia del Evangelio que anuncia, no una pantalla que lo oculte o sustituya. Por saber lo difícil de esta actividad, advierte a los predicadores que sean precavidos. 3 ' 9 MK;NE, PL 217, 557. 310 En la crónica de Giano hay innumerables referencias sobre esta doble forma de predicación: al clero y al pueblo; como ejemplo vale el de la llegada de los primeros hermanos a Trento (Cr. 20, p. 249). Sin embargo hay que tener en cuenta que, a pesar de haber contado la Orden con grandes oradores, en general mantuvieron un nivel de predicación asequible al pueblo; cf. C. DELCORNO, Origini della predicazioue francescana, pp. 159 SS.

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