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EL CARISMA DE FRANCISCO DE ASÍS 391 Está claro que la predicación oficial necesitaba control y no se podía dejar al arbitrio de cada uno, pero pretender centralizarlo en la persona del General para garantizar mejor su ortodoxia parece una medida demasiado ambiciosa por parte de la Curia, sobre todo teniendo en cuenta el desarrollo numérico y geográfico que había alcanzado la Orden. El hecho de que esta decisión no era viable está en que unos años después tuvo que dejarse esta competencia en manos de los Provinciales. 2. AMONESTO ADEMÁS Y EXHORTO A ESTOS MISMOS HERMANOS A QUE, CUANDO PREDICAN, SEAN PONDERADAS Y LIMPIAS SUS EXPRESIONES, PARA PROVECHO Y EDIFICACIÓN DEL PUEBLO, PREGONANDO LOS VICIOS Y LAS VIRTUDES, LA PENA Y LA GLORIA, CON BREVEDAD DE LENGUAJE, PORQUE PALABRA SUMARIA HIZO EL SEÑOR SOBRE LA TIERRA. El oficio de la predicación no es algo independiente de la vida, sino el modo de expresarla y de comunicarla a los demás. Para aquellos que han elegido seguir al Señor en pobreza y humildad, la predicación es el vehículo que manifiesta su opción evangélica de penitencia; 338 por eso tiene que mante– ner unas características que evidencien tal actitud interior. En el capítulo sobre los predicadores de la Regla de 1221 aparecen una serie de consejos sobre la humildad que parecen, a primera vista, estar fuera del contexto de la predicación; sin embargo no es así. Francisco, al advertir que todos los hermanos prediquen con las obras está indicando que predicar con la palabra no es más que una de las formas de comunicar la acción salvadora de Dios en nosotros, por eso suplica a todos sus hermanos, predicadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como laicos, que procuren humillarse en todo, no gloriarse ni gozarse en símismos, ni exaltarse interiormente de las palabras y obras buenas; más aún, de ningún bien que Dios hace o dice y obra alguna vez en ellos y por ellos, según lo que dice el Señor: «Pero no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos ... ». Guardémonos, pues, todos los hermanos de toda soberbia y vanagloria; y defendámo– nos de la sabiduría de este mundo y de la prudencia de la carne, ya que el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho por tener palabras, pero poco por tener obras (1 R 17,Ss.9-11). La preocupación del Santo por mantener a toda costa a sus frailes en la minoridad, que es lo que caracteriza su forma de vida, hace que atienda de modo especial a los predicadores, puesto que eran los que corrían más peligro de enorgullecerse por su oficio. La Admonición 7 antes citada dibuja maravi- 3 ' 8 Cf. M. CoNTI, La sagrada Escritura en la regla, 127.

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