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EL CARISMA DE FRANCISCO DE ASÍS 389 obispos, no eximía del deber de predicar con su consentimiento, 336 y más todavía conociendo el pensamiento que sobre el particular tenía Francisco, que no quería predicar ni siquiera contra la voluntad de los párrocos más pobres, los moralmente sospechosos (Test 7). Los biógrafos han recogido esta actitud de dependencia del Santo frente a la jerarquía, al mismo tiempo que el empeño de los frailes predicadores por liberarse de estos condicionamientos, dando lugar a lo que posteriormente sería la exención. El Espejo de la Perfección, sospechoso por tantos motivos, parece reflejar con bastante fidelidad las discrepancias entre algunos frailes predicadores y el mismo Francisco sobre el método a seguir en la adquisición de permisos para el apostolado. Mientras los primeros pretenden un privilegio que los defienda contra la negativa de algunos obispos, todo ello en miras al bien de las almas, Francisco piensa que será de mayor provecho convertir primero a los obispos con el testimonio de una vida humilde y respetuosa, ya que así les encargarán que prediquen al pueblo y éste les escuchará mejor que con sus privilegios (EP 50). Esta problemática no debió de ser tan irreal, como muestran las primeras bulas concedidas a la Fraternidad, cuando en el Testamento advierte que, estén donde estén, no se atrevan a pedir en la Curia romana, ni por sí ni por intermediarios, ningún documento en favor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predica– ción, ni por persecución de sus cuerpos (Test 25). Si en algunos casos, como nos cuenta Giano, los frailes eran bien recibidos por los obispos (n. 22.24), en otros no lo eran tanto. Ante la sospecha de herejía levantada por los primeros frailes llegados a Francia, el mismo Papa tuvo que enviar a los Obispos y teólogos de París la bula Pro dilectis filiis en la que se garantizaba su ortodoxia y fidelidad a la Iglesia (n. 4). Francisco nunca pretendió oponerse a la voluntad de los Obispos, y como anécdota curiosa está la que nos cuenta Celano: sólo con la humilde terquedad pudo el Santo convencer al Obispo de Imola para que le dejara predicar en su diócesis (2C 147). El fragmento de la Regla se encuentra a caballo entre la dependencia del Obispo, tal como pensaba el Santo, y el simple actuar con el consentimiento de los mismos, tal como se les había concedido a los Movimientos pauperísticos aprobados por la Curia. Si por el momento quedaba equilibrada la responsabi– lidad pastoral del Obispo en su diócesis y la del Papa en toda la Iglesia, pronto se llegaría a una dependencia absoluta de la Curia en la que, a fuerza de privilegios papales, los predicadores pudieran ejercer su oficio con indepen– dencia de la voluntad del Obispo. 336 Cf. K. EssER, La Orden franciscana, p. 295.
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