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386 JULIO MICÓ religioso en algunos grupos utilizados por Gregario VII para reformar la Iglesia aparecerán los primeros intentos, por parte de los laicos, de predicar el Evangelio que han descubierto como norma clarificadora de sus vidas. Este impulso del Evangelio como una invitación a seguir la vida de los apóstoles en pobreza absoluta y predicación itinerante aparece a un mismo tiempo tanto entre los grupos heréticos como en los que permanecen fieles a la Iglesia. 326 Pobreza y predicación apostólica son el contenido esencial de la herejía extendida por Colonia y al sur de Francia, y lo seguirá siendo hasta principios del siglo XIII. Contemporáneamente a estos herejes, aparecerán a principios del siglo XII algunos predicadores itinerantes que se diferenciarán solamente en su voluntad de que la autoridad eclesiástica legalice su conducta y el empeño en mantenerse alejados de toda doctrina heterodoxa. La Iglesia concedió en algu– nos casos a estos predicadores itinerantes la licencia para predicar. 327 Roberto de Arbrissel, Bernardo de Thiron, Enrique de Lausana y Norberto de Xant serían una representación del predicador itinerante ortodoxo, 328 aunque todos (1061-73) escrita en los siguientes términos: Según la ordenación de S. Benito, mandamos que los monjes permanezcan dentro de sus monasterios, les prohibimos andar corriendo por aldeas, villas y ciudades, y queremos que se abstengan en absoluto de predicar al pueblo (ibid. C. 11, C. XVI, q. 1). Guillermo de Saint Amour dice que aquellos que predican sin ser enviados, por muy literatos y santos que sean o, incluso, hagan milagros, son unos pseudopredicadores. Pues sólo son enviados los elegidos rectamente por la Iglesia, es decir, los obispos, presbíteros y diáconos que son los que constituyen el «ordo perficientium», mientras que los tres grados del «ordo perficiendorum», monjes, laicos y catecúmenos, no pueden predicar públicamente. Así lo ha decidido Dios y no es posible que el hombre mortal pueda cambiar tan sacratísima jerarquía. Por eso ni el Papa ni los obispos pueden autorizar a predicar si no se invita a los predicadores a hacerlo; cf. H. GRUNDMANN, Movimenti religiosi, p. 60. 326 En la Edad Media es difícil distinguir claramente entre ortodoxia y heterodo– xia, pues lo dogmático está todavía en fase de definición. Existe la norma consciente, explícita, pero también la inconsciente, implícita, que solamente se aclara con la experiencia y las luchas históricas. Una de estas normas era la concepción de los «órdenes sociales» considerados como hechos naturales tan antiguos como el mundo. La Iglesia también tenía su «credo» social todavía sin aclarar. Por eso, y al estar todavía la jerarquía ligada estrechamente a la nobleza, los heterodoxos que se atreven a arrogarse derechos -como la predicación- son considerados al mismo tiempo como subversi– vos doctrinales, institucionales y sociales. El término «heterodoxia», por tanto, no se limita en la Edad Media al campo doctrinal, sino que implica también cierto matiz social; cf. K.-V. SELGE, en La poverta del seco/o xn, p. 288. 327 Roberto de Arbrissel recibió el permiso de Urbano II en 1096. Bernardo de Thiron, que se unió a Roberto en 1101, recibió de Pascual II el cargo de predicador público. Enrique de Lausana, antiguo monje, recibió también en el mismo año permiso para predicar en la diócesis de Mans. El canónigo Norberto de Xant, acusado en el Sínodo de Fritslar de haber predicado sin autorización, la recibió en 1118 del papa Gelasio II; cf. H. Grundmann, Movimenti religiosi, p. 433; G.G. Meersseman, Eremitismo e predicazione itinerante, pp. 164-179. 328 Cf. H. GRUNDMANN, Movimenti religiosi, pp. 28 ss.

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