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«LO AMARGO, SE ME TORNÚ EN DULZURA» 189 ciones, 32 que gracias al minoritismo se ha llegado al franciscanismo pero que, cuanto más aquél se conforme con éste, tanto más se aproximará al sueño del hermano Francisco, siempre en el horizonte, nunca del todo conseguido. Y en ese sueño ocupa un lugar central la pobreza vivida, es decir, la realidad social vivida desde sus lados más débiles. Con la institucionalización esos valores corren el riesgo de diluirse ya que todas las energías apuntan al logro del poder; con el franciscanismo los valores sociales emergen, ya que la vida entendida desde una igualdad básica afecta a todo el hecho social. La supera– ción de esta dialéctica quizá sea posible por los cauces de una creciente conversión social. III. LA VIDA FRANCISCANA CONVERTIDA SOCIALMENTE De ello hablan continuamente los textos franciscanos cuando reflexionan sobre nuestro lugar en el mundo. 33 Yes que parece que de muchas de nuestras actuales aporías en la vida cristiana y franciscana solamente nos puede sacar a flote nuestra conversión a la sociedad. Por lo demás, creemos que no otra es la pretensión evangélica cuando se nos dice que el Evangelio es para tener vida, 34 que el techo del Reino es la participación de los pobres en el devenir de esta historia, 35 que el absoluto innegociable no es tanto Dios sino el hermano, por lo que la fraternidad es la ley que constituye la comunidad de seguidores, 36 que el sueño de Jesús es que la persona esté erguida mientras participa de la vida con todas sus potencialidades desplegadas,37 y todo ello hasta que llegue ese estilo nuevo de relación social en la que habite la justicia. 38 La sociedad es la tierra buena a la que se orienta la semilla del Evangelio. Mientras ambas no se fecunden, la esterilidad rondará al hecho cristiano. 32 La misma contradicción que experimenta Th. DESBONNETS tras su minucioso estudio, op. cit., p. 169. 33 Dice el VI Consejo Plenario de la Orden Capuchina: «Con toda la Iglesia reafirmamos nuestra opción preferencial por los pobres, que no se hace a discreción de cada uno de los hermanos, sino que nos interpela como fraternidad y debe manifestar– se visiblemente: viviendo con los pobres para asumir todo cuanto haya de válido en su forma de creer, de amar y de esperar; sirviéndoles preferentemente con nuestra manos; compartiendo con ellos el pan y defendiendo sus derechos. Ser pobres con los pobres, fraternizar con ellos, forma parte integrante de nuestro carisma franciscano» (n. 9). 3 ·1 Cf. Jn 20,31. :;::; Mt 25,,31-46. % Jn 13,34-35. ·' 7 Me 3,1-7ª. 38 2 Pe 3, 13.

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