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188 FIDEL DE AIZPURÚA, OFMCAP pasa a ser minoritismo o, en palabras de G.G. Merlo, en que se pasa «de la práctica de la pobreza a la teoría de la pobreza, de la pobreza vivída a la pobreza pensada». 31 El inicio de este camino quizá sea el hecho de la aceptación de lugares estables y de la introducción de la Orden en la vida universitaria; el final, cuando algunos hermanos acceden al núcleo de la estructura eclesiástica, bien sea cuando el hermano sacerdote Alberto de Pisa es elegido General de la Orden (1239), cuando el hermano León de Perego es nombrado Arzobispo de Milán (1241) o, finalmente, cuando el hermano Jerónimo de Ascoli es nombra– do Papa con el nombre de Nicolás IV (1288). Mientras tanto, la refundación bonaventuriana fue la consagración del minoritismo como modo de inserción en la Iglesia. Su misma ascensión al cardenalato lo confirma. Esta metamorfo– sis fue posible por varias razones: la influencia de las corrientes universitarias de Europa, la sacerdotalización como modo de inserción en el entramado eclesial, la elaboración ideológica de san Buenaventura en el marco de una espiritualidad cordialmente aceptada por la Iglesia. 3. Los VALORES EN JUEGO ¿Qué valores hay en juego, qué fuerzas son las que mueven todo este entramado? Aunque parezca extraño, este ha sido y sigue siendo un proble– ma de poder. Las ideologías y las maneras de vivir se sitúan siempre, por causa de la dinámica relacional de la persona, en la dialéctica del poder. El hermano Francisco, quizá sin pensarlo, había soñado un modo de grupo franciscano donde la dialéctica del poder no existiera al ser todos literalmen– te hermanos. La cruda realidad es que esa dialéctica apareció enseguida, como era normal; y también como es normal, prevaleció el poder sobre el no– poder, el minoritismo sobre el franciscanismo. Pero el sueño del hermano Francisco no fue inútil porque, por la dicha dialéctica, la realidad del no– poder no desaparece por el triunfo del poder. Permanece ahí no pocas veces corno el más profético de los valores. Algo de eso creemos que ocurrió entonces y, de algún modo, se prolongó después. O dicho de otro modo: la fraternidad franciscana habría de haber supuesto un modo alternativo de vida, no sólo dentro de la Iglesia sino de la misma sociedad, el sueño de la sociedad nueva que es la base del Reino. Pero para vivir la alternatividad es preciso cuestionar la dialéctica del poder. Es aquí donde cualquier organiza– ción encuentra un obstáculo. Con esto queremos decir que la solución, en la medida que existe, no es la confrontación sino la adecuación mejor posible de las estructuras de poder a las del no poder, las de la organización a la profecía, la del minoritismo al franciscanisrno. Creernos, no sin contradic- 31 Ibid., p. 4.

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