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6 P. Donato de Monteras, O. F. M. Cap. que sólo del conocimiento surgirá el amor y la unión, la.realización misma del Con– greso y las enormes posibilidades que suscita de futuros contactos e intercambio - de ideas, de iniciativas y empresas comunes, puede conceptuarse como un fruto exce~ lente y positivo del mismo (21). · Sin embargo, desde un punto de vista que pudiera decirse «doctrinal>>, el pro– blema ha quedado prácticamente intacto. Del lado jurídico - entiéndase esta pala– bra en su sentido más amplio -, no mucho y nada nuevo, aunque más de uno lo hubiera esperado, se llegó a decir. Y con todo, de aquí es de donde debe venir en de– finitiva la luz y las orientaciones decisivas. Si los momentos actuales de la Iglesia exigen un reajuste, una eficacia mayor de sus fuerzas vivas, fundidas en una «unión fraterna para formar un bloque granítico», como diría el P. Larraona, creo que, aun dentro de este plano teórico, cabría matizarse más, y quedan bastantes cosas por hacer no tratadas directa y meticulosamente en el Congreso. En este sentido, a modo de ejemplo, subrayo sin ambages todo el alcance de las palabras del señor. Arzobispo de Zaragoza, al afirmar que, «puesto que suele ser la Iglesia diocesana la zona de fricciones más frecuente, es por lo que hacia ese capítulo de la Teología, un poco por hacer todavía, debemos enderezar el trabajo» (22). Por lo que se refiere al aspecto humano-sobrenatural del problema, hay que reconocer que se resaltó bas– tante; pero tampoco se debe olvidar que esto, con ser ineludible, no puede decidir por sí solo esa magna empresa de la coordinación de actividades que exige hoy la Iglesia, y que fácilmente se puede prestar a ser, frente a ciertas estructuras y obstácu– los insalvables, un magnífico latiguillo, una consoladora evasiva o. . . un soporífero· _tan sólo. Viniendo a un terreno más práctico, y aun teniendo en cuenta las alabanzas tri~ butadas al tono sobrio, eminentemente concreto del Congreso, quizá se hayan roza– do tan sólo demasiadas cosas. Es cierto que se hicieron alusiones a unas pocas expe– riencias de efectiva, aleccionadora colaboración de fuerzas: prensa juvenil, Federa– ciones de Salas de Cine, información y estadística eclesiástica, la PERO, la Cáritas, el DOMUND, la CONFER, Comunidades sacerdotales, la Hermandad Misionera, Cooperación parroquial. . . Pero quizá por la razón obvia de no haberse propuesto premeditadamente el tema, el balance de realidades concretas en este sentido es bien exiguo. Creo constatar, sencillamente, un hecho. Y esto mismo explica que tal vez, en más de una ocasión, se concediera demasiado a la retórica y al tópico, soslayando planear y acometer empresas concretas. ¿Podrá decirse que es un despropósito exi– gir estas cosas a un Congreso en el que todos hablaron de la unidad, y en el que, sin embargo, no se propuso de un modo esplícito y directo el estudio científico y exhaustivo de este problema? Demos, con todo, gracias a Dios, porque en esa magna tarea espiritual en que está hoy día empeñada la Iglesia nosotros hemos tenido la ocasión de plantearnos en voz alta un problema de tanta trascendencia, y, sobre todo, de crear y agudizar una inquietud, un clima colectivo de solución. Sólo así será posible actualizar los deseos del Papa exhortando a la coordinación inteligente y generosa de todas las fuerzas, dando por plenamente superados los tiempos de los esfuerzos aislados y dispersos. Y sólo así se facilitará también canalizar iniciativas ya existentes, recogidas oportu– namente en contactos más repetidos y especializados, hacia proyectos de valor cada vez más concreto, sincero y eficaz. Todo como fruto maduro de convivencias, si no solemnes y vistosas, sí muy abiertas, muy eficientes, a base de un estudio más pre– ciso y discutido de ideas, tácticas e impresiones. (21) Cfr. MONS. JOSÉ MARÍA GARCÍA LAHIGUERA, loe. cit.-' EMILIO SAURAS, o. P., locu– ción citada. (22) Lo que se nos pide. «Congreso», n. 8, p. 1.

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