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4 P. Donato de Manieras, O. F. M. Cap. religiosos, valga la palabra, es decir, la subordinación al Episcopado en las empresas apostólicas (9). Pero al mismo tiempo se ha propugnado también, formalmente ligada con esa solución que podría llamarse «canónica», otra de tipo ascético, humano-sobrenatural: la de la caridad en su sentido más amplio. Caridad, que funde criterios e intereses, que hace se doblegue el querer propio, en una sabia renuncia a puntos de vista particulares, cuando lo exige el supremo interés de la Iglesia. ,Caridad, que proporciona, en el amor verdadero a Cristo, una coincidencia humana y esQiritual de altura en metas comunes y elevadas de acción apostólica. Actitud delicada, pero imprescindible, y forma interior de cualquier empresa que quiera llevar el sello de la unidad y la eficacia. Porque no se puede optar a la ligera por la vía fácil de la unificación, de la unici– dad de tácticas y ministerios, del frente único, con carácter de exclusivismos. Lo ha dicho el Papa: «Terminen las controversias y discordias, que enervan y esterilizan ini– ciativas de las que tanto podía esperarse: la Iglesia es inmensa como campo de tra– bajo apostólico, y a nadie le falta una parcela en que trabajar y sudar» (10). Y se ha repetido también autorizamente en el Congreso. «Unidad no significa exclusivismo. Amor al propio instituto no significa menosprecio de los ajeno. Para· todos hay puesto en la común tarea ... » (11). O como precisaba el Rvdmo. P. Larraona: «Coor– dinación, que nos pone ut castrorum acies ordinata, como ejército organizado, con organización inteligente y generosa, que sabiamente respeta especialidades, razona– bles autonomías, leyes y normas, con estructuración ágil, sencilla y fuerte, a las órdenes del Padre Santo, de la Santa Iglesia, de todas las jerarquías en el propio or– den y en las peculiares funciones ... » (12). Cada cual debe seguir su propio camino, contribuyendo, consciente y originalmente, a un mismo fin, con esa hermosa variedad y riqueza de modos de consagración a Jesucristo que adornan la vida de la Iglesia. Consiguientemente, se trata de una «unidad de todos hecha sobre la base de la di– versidad de vocaciones, del legítimo amor a lo propio, del respeto para el camino marcado por Dios a los demás» (13). Pero aquí es donde se impone, para conjugar eficazmente esa diversidad de es– fuerzos, un amor íntimo, una comprensión grande, una generosa renuncia y humil– dad, que lleven a la fusión práctica y estratégica perfecta, de corazón e inteligencia, por Jesucristo, en cuyo solo nombre debe trabajarse. «La muerte de cada uno para que triunfe Jesús es el secreto de la unidad» (14). Unidad, como decía el Emmo. Car– denal Presidente, «de pensamiento y de recíproca estima, de afecto sincero, de ínti– ma colaboración, que deben vincular siempre a los dos cleros, secular y religioso, bajo la dependencia de la Santa Sede y de la jerarquía local, a tenor del Derecho Ca– nónico. Formamos un ejército en el que todos nos sentimos hermanos y del que (9) Cfr. LucAS GARcfA, 0. S. A., Secretario general de la CONFER: La CONFER y su colaboración en el Apostolado. «Congreso», n. 6, p. 7. - MONS. ANTONIO SAMORE, locu– ción citada. - MONS. CASIMIRO MORCILLO, Arzobispo de Zaragoza: Lo que se nos pide. «Congreso», n. 8, p. l. - RVDMO. P. LARRAONA. (Ver brevísima reseña en la crónica de «Congreso», n. 3, p. 4.) (10) Alocución a los Delegados del Congreso General de Estados de Perfección. (Roma, 1950): «Acta et Documenta Congressus Generalis de Statibus Perfectionis.» Vo– lumen IV, (Romae, 1953); ps. 330-331. (11) Editorial de «Congreso», n. 5, p. 3. (12) Desde el Congreso de Roma hasta el de Madrid. «Congreso», n. 2, p. l. (13) EMMo, CARDENAL VALERJO VALERI: Declaraciones en «Incunable», 91 (1956), 10. Confróntese carta del mismo Cardenal a la Organización del Congreso. «Congreso», n. 1, p. 5. (14) MANUEL GONZÁLEZ Ru1z, Doctoral de Málaga: Aquí estoy yo en medio de ellos. «Congreso», n. 6, p. 3. (15) Cfr. «Congreso», n. 2, p. 4.
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