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2 P. Donato de Monteras, O. F. M. Cap. Sin pesimismos, con un sincero amor a la objetividad, desearía poder encamar la frase del apóstol - veritatem facientes in caritate -, y, si mereciera la pena, con– tribuir también con algo a esa recta «opinión pública» que S. S. el Papa tan acer– tadamente ha calificado de elemento imprescindible para la sana vida de la Iglesia (3). EL PROBLEMA. La oportunidad era única para un examen colectivo de conciencia, y hay que reconocer que éste fué realmente el enfoque de casi todo el Congreso. Como no po– día ser menos, también respecto de la unidad no faltaron voces sinceras que hicie– ron ver a todos el problema e invitaran solemnemente a una solución. Porque el problema existe. Y es de suyo grave. Falta de unidad entre todos. Entre los mismos puestos de trabajo de las diversas instituciones religiosas y de las diferentes instituciones religiosas y sacerdotales entre sí. En la cálida y densa alocución de apertura, el señor Patriarca-Obispo de la dió– cesis ponía con toda franqueza el dedo en la llaga. «Desgraciadamente, en este punto (la unidad) andamos atrasados. Ocultar los males no es el más indicado remedio de sanarlos. Carecemos de unidad de acción, de actividad conjunta, colec– tiva, de todos a una; y porque carecemos de esa virtud no somos perfectos cristianos. Vivimos sin dar satisfacción a uno de los más vehementes deseos que nos ha mos– trado siempre nuestro Divino Maestro» (4). Situándose en un terreno más concreto, se habló también, y autorizadamente, sin eufemismos ni cortinas de humo, de di– versas causas que explican ese distanciamiento, esa incomprensión y escisión íntima que existe en no pocos casos entre las fuerzas vivas de la Iglesia, y que, desgracia– damente, han podido ofrecer ocasión a espíritús mal intencionados o superficiales para señalar «sectas» en el catolicismo. Recuérdense, por ejemplo, las interven– ciones de Rvdmo. P. Larraona, del señor Arzobispo de Valencia, del P. César Vaca, de Mons. Menéndez Reigada, etc. (5). Por otro lado, la importancia y gravedad de este problema se aprecia con sólo ver que en esa unidad, mejor aún en esa consumación en la unidad, radica el éxito de toda perfección personal y de todo apostolado. El mismo señor Patriarca puntuali– zaba vigorosamente esto en una sencilla glosa del contenido teológico de algunos textos clásicos de la oración sacerdotal de Jesús. «Consumados en la unidad; esta consumación que nos pide Jesús y que pide a su Padre para nosotros, ¿qué fin tiene? Para que así el mundo conozca que Tú me has enviado y que los amas a ellos como me amaste a Mí; es decir, que la conversión del mundo depende de que ellos estén consumados en unidad; la eficacia de nuestro apostolado depende de nuestra unión ... Nuestro Divino Maestro quiere repetir, y nos inculca, que nuestra unidad, nuestra (3) Discurso de Su Santidad al Congreso Internacional de Periodistas Católicos. «Eccle– sia», 450 (1950), 6. (4) MoNs. LEOPOLDO Euo Y GARAY, Patriarca-Obispo de Madrid-Alcalá: No muy unidos, sino uno. «Congreso», n. 3, p. l. - MONS. JOSÉ MARÍA GARCÍA LAHIGUERA. Obispo, Presidente de la Comisión Central: La unión de fuerzas, ambiente primero del Congreso; <<Congreso», n. 2, p. 5: «Lamentamos con mucha frecuencia y deploramos el individualismo, la falta de cohesión entre cuantos trabajamos en la gran tarea del apostolado de nuestro tiem– po. A las grandes necesidades, a las graves situaciones colectivas, al estado general de un cristianismo superficial poco consecuente. inoperante. nos empeñamos en oponer peque– ñas iniciativas personales, obras aisladas, localistas ... , cuando no malogramos un rico caudal de energías en superar estorbos, en criticar obras e iniciativas paralelas.» Editorial de «Congreso», n. 3, p. l. (5) Cfr. MONS. MENÉNDEZ REIGADA, Obispo de Córdoba: ¿Sectas en el Catolicismo'? «Congreso», n. 5, ps. 1-2.

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