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452 f1DEL AIZPURÚA 4. UNA PEDAGOGÍA FRANC1SCANA DEL COMPROMISO No es fácil poder esbozar una manera de ir haciéndose, personalmente y en grupo, con estos valores. A cualquiera le parece lógico que los pasos necesarios para una orientación como ésta de la propia vida son una creciente información sobre los temas, una creciente cercanía que haga brotar una sensibilidad y una adhesión y una colaboración que progrese en hondura y eficacia. En el fondo, estamos describiendo aquí la clásica metodología, conocida por todos nosotros, de ver-juzgar-actuar. Pero tenemos la impresión de que la metodología franciscana es algo diferente. Quizá se trate de conjugar un mundo de experiencias personales con otro mundo de experiencias de grupo o fraternas. Ese camino personal totalmente imprescindi– ble implica una sintonía inmediata, un ir a modos de vida que uno vea que le comprometen y que le empujan a preguntarse desde el Evangelio. Mientras uno esté sentado en la butaca no ha comenzado a entrar en la dinámica de lo francisca– no. Es preciso ir a donde el ser signo tiene un sentido. Y desde ahí, repetirnos, inquirir en las actitudes de Jesús. Precisamente porque ésta es una tarea dura y correría el riesgo de irse a pique pronto, esta experiencia personal fuerte tiene que recibir el impulso y el apoyo del grupo fraterno, incluso su aliento y consuelo. La opción personal saldrá reforzada, pero en modo alguno suplirá la ruph1ra y la decisión personal a la que antes aludíamos. Naturalmente, esta doble conjunción tendrá que ser vertida en un molde peculiar, con los rasgos que caracterizan a un franciscano lúcido y de hoy: modos siempre sencillos y fraternos, sintonía creciente con el mundo secular, lenguaje profético sin lirismos anticuados, etc. Desde ahí la capacidad significativa de los franciscanos tiene algo que aportar a la vida y a la fe. 5. CoNcwsrúN Quizá todo esto resulte excesivamente «teórico» porque si algo es concreto es la poshrra de quien resulta signo de vida para el otro, si algo es concreto es el compromiso por una vida en los parámetros del Evangelio y de Francisco. Desde ahí cada grupo tendría que hacerse, y no es fácil, la pregunta de cómo ir llevando todo esto al terreno de la práctica. O más aún: cada uno tendría que preguntarse en el fondo de sí mismo, cuál es, como creyente y como franciscano, su nivel de signo y de compromiso en el mundo en que se desenvuelve su vida. Y si hubiere una respuesta positiva, por pequeña que fuere, se podrán dar ulteriores pasos que potencien y conjunten las diversas acciones, como modos identificativos peculiares del grupo de los que viven el Evangelio en el molde de Francisco de Asís.
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