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450 FIDEL AIZPURÚA b) El enseñoramiento de la justicia El franciscano cree que la batalla por la justicia está sin darse y que las revoluciones eficaces realmente son las que se hacen a un kilómetro de casa, no en una lejanía inexistente. Por eso no se despista ante una sociedad que le repite sin cesar que la sociedad va siendo cada vez más justa, por lo tanto, no inquietarse. Esa teoría, propia de los vencedores, no hace sino acallar problemas endémicos y cada vez más marcados como el hambre, el paro aterrador, la desigualdad cada vez más acentuada. El franciscano no comulga con esas ruedas de molino. Más aún, quizá empiece a descubrir que el éxito de la justicia no está ni siquiera en dar más, en dar hasta igualar (que ya sería mucho), sino en darse uno mismo como persona. La inconcretez y el interrogante que suscita este darse como persona es indicio de nuestra inexperiencia en ello. Pero la pauta está marcada por Francisco: cuando uno se da desde dentro es cuando vive como hombre del Reino y, desde ahí, el enseñoramiento de la justicia sobre la tierra tiene alguna posibilidad. c) La persistencia en los signos pacificadores En cualquier parte, en todas partes, donde la paz es necesaria. En colaboración con cualquiera que busca la paz, aunque haya que ser crítico con ese otro compo– nente sociopolítico inevitable que conlleva todo grupo que se dice buscador de paz. El franciscano se alía con los que persisten día a día en implantar la paz, con todas las consecuencias que eso conlleva. 36 Más aún, cultiva, del modo que sea, la realidad de un corazón pacificado, verdadero posibilitador de toda acción de paz. Y, lo que es más, no duda en meterse «en la boca del lobo» cuando la intención es evangélica, aunque ello conlleve una cierta desmesura. La obra de paz sin riesgo termina por quedar muy limitada, cuando no aguada. d) Con el apoyo de los hermanos La vivencia en modos significativos eficaces es, a veces, tan dura que se haría imposible sin el apoyo de los hermanos. Es aquí cuando la gran fraternidad franciscana amplía sus horizontes hasta abrazar a todos sus miembros (religiosos, religiosas, laicos) e incluso a cualquier persona de cualquier condición que sea. En este sentido, y por circunstancias históricas bien comprensibles, hay que decir que la visión franciscana de la vida tiene más «futuro» en el mundo del laicado, de un laicado diferente para un evangelio y un franciscanismo diferente. e) En el mundo de la mujer La sensibilidad social está alcanzando cotas crecientemente altas en la igual– dad hombre-mujer. El franciscano se alegra de ello. Pero en esta lucha por la 36 Cf. J. A. PAGOLA, Presupuestos y actitudes para la paz en Euskal Herria, Vitoria 1992, p. 11 yss.

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