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VIVENCIA PRIMERA DEL ALMA DE SAN FRANCISCO 297 unida a sentimientos primarios muy hondos. Los caballeros de La Chanson de Roland esconden un alma de niños que aflora entre yelmos y corazas enmomentos de agudo patetismo. Entonces estos recios caballeros lloran, como leemos en el verso citado. Se simpatiza, en verdad con este lloriqueo infantil de estos caballeros de recio temple heroico. De recordar el momento aquel, ya mentado, en que el emperador Carlos halla muertos a sus mejores paladines. El poema comenta su querencia honda en estos dos versos: «Cien mil francos por ello tienen un gran dolor, por llorar duramente ni uno sólo quedó.» 18 Con sentimientos similares, tan hondos y tan humanos, pinta Celano a los caballeros que siguen a Francisco. Recogemos un momento en que vibran estos sentimientos. El momento elegido es, sin embargo, de contraste. No nos muestra a los caballeros de Francisco unidos en el dolor, sino en la alegría. Así los describe el autorizado biógrafo del Santo, Tomás de Celano: «Cuando se hallaban juntos en algún lugar o cuando, como sucede, topaban unos con otros de camino, allí era de ver el amor espiritual que brotaba entre ellos y cómo difundían un afecto verdade– ro, superior a todo otro amor. Amor que se manifestaba en castos abrazos, en tiernos afectos, en el ósculo santo, en la conversación agradable, en la risa modesta, en el rostro festivo, en el ojo sencillo, en la actitud humilde, en la lengua benigna, en la respuesta serena. Eran concordes en el ideal, diligentes en el servicio infatigables en las obras.» 19 Este es el retrato psíquico-moral de quienes en página inmediata son llamados por el mismo Celano: «obedientísimos caballeros». Un indiscutible paralelismo viene a la mente entre estos caballeros franciscanos en seguimiento de Cristo y los caballeros de la hora heroica, quienes con sus armas y con su sangre defienden a la cristiandad. Ante este feliz contraste entre la caballería terrena de glorias históricas y la caballería espiritual de Francisco y los suyos place recordar un relato del más famoso caballero español, a quien sus contrarios, los sarracenos, apellidaron El Cid. Este relato, trocado en poesía, lo cuenta así la lírica excelsa del poeta de Nicaragua, Rubén Darío. «Descansa de sus fatigas el bravo caballero y sale al campo a gozar del aire en una mañana apacible de primavera. Pasea meditabundo por una senda cuando le detiene un leproso, que le pide una limosna. Frente a frente se hallan el héroe en cien victorias y la viviente carroña que infecta toda convivencia humana. 18 La Chanson ..., v. 2.907-8: «Cent milie Franc en unt si grant dulur. Nen i ad ki durement ne plurt.» 19 1 Cel 39.

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