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296 E. RIVERA DE VENTOSA Lo defiende, no con las armas como el emperador Carlos, sino con su pobreza evangélica. Reconocemos que la traición, tan presente en La Chanson de Roland, apenas si tiene eco en san Francisco. De sí mismo sentía más bien miedo. Los Tres Compafieros constatan que contra las impugnaciones malignas «el valentísimo caballero de Cristo... oraba con fervor dentro de la cueva para que Dios se dignara encaminar sus pasos». Es que, añaden a continuación, «no había recibido aún la seguridad de mantenerse fiel en el porvenir». 13 Si respecto de sí mismo Francisco se sentía temeroso de llegar a ser fiel a su Señor, toma duras medidas contra quienes se declaraban traidores en su servicio. Frente a toda clase de deslealtad y felonía, Francisco cultiva el ideal caballeresco del culto a la más exigente fidelidad. Vive este culto de fidelidad de un modo especial respecto de la Iglesia, a la que acude en momentos decisivos en busca de protección y a la que sirve con ejemplar desvelo. El título de «sancta Mater Ecclesia», que cariñosamente le otorga, habla mucho de esta su entrañable fidelidad. San Buena– ventura recoge su última amonestación, al morir, en la que pide a sus hermanos «fidelidad a la santa Iglesia romana». 14 Pero ya en la Bula.de 1223, la vigente hasta nuestros días, exige en su última prescripción que la fraternidad tenga un cardenal de la Iglesia que sea su «gobernador, protector y corrector». Funda la motivación de este precepto en la virtud caballeresca de la fidelidad: «Para que, siempre sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, fim1es en la fe católica, guardemos la pobreza y la humildad, y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que firmemente prometimos.» 15 Otros dos temas más secundarios es bueno recordar aquí por su posible repercusión en el alma caballeresca de Francisco: las querencias hondas de estos caballeros y la presencia de la mujer. Atestigua estas querencias el poema al relatar la vuelta del ejército de Carlos a su querida patria, reiteradamente llamada aquí, hasta nuestros días: «la dulce Francia». 1" Con rumor doliente, que se oye a quince leguas -así lo narra el poema- pasan los desfiladeros de Roncesvalles. Y al divisar su tierra remembran a todos sus seres queridos. En sólo este verso queda reflejada esta su querencia: «Ni uno sólo hay que allí de piedad no llore.» 17 La crítica literaria ha notado en el poema cierta rudeza que dice bien con las armas y los desfiladeros. Pero no siempre se tiene en cuenta que esta rudeza va 13 Ll\14, .1.2. 14 IJv114, S. 2R 12. 16 fo C/umson de Roland, v. 702 y 705. 17 I.a Ch,mson .. ., v. 822: «Cel nen i ad ki de pitet ne plurt."

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