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VIVENCIA PRIMERA DEL ALMA DE SAN FRANCISCO 309 muy presente a la hora de hacer parangones y precisar matices respecto de los juglares. Ante esta silueta estilizada del trovador fray Pacífico y del juglar fray Junípero puede constatarse que Francisco fue ante Dios lo uno y lo otro. Fue trovador de Dios cuando hacía brotar de su corazón llagado el Canto de las Creaturas para alabanza perenne del Creador de ellas. Con el fin de irlas cantando por el mundo busca juglares en sus hermanos -él mismo será uno más-, quienes las van repitiendo después de hacer oír su predicación al pueblo. Para tan excelso cometido Francisco piensa que fray Pacífico, maestro de cantores, será un excelente director de este orfeón seráfico. En este enmarque de predicación, canto y fiesta, nos hacemos cargo del momento cumbre del informe que nos da el Espejo de perfección: «Deseaba (Francisco) que quien mejor pudiera predicar entre ellos, predicase primero al pueblo y después cantaran todos juntos las alabanzas del Señor, como juglares de Dios. Quería que después de predicar las alabanzas el predicador dijera al pueblo: «Nosotros somos juglares del Ser'ior, y esperamos vuestra remuneración, es decir, que permanezcáis en verdadera penitencia.» Y añadía el bienavenh1rado Francis– co: «¿Pues qué son los siervos de Dios sino unos juglares que deben levantar y mover los corazones de los hombres hacia la alegria espiritual?» 55 Estas palabras de Francisco definen con precisión en qué sentido se llamaba a sí mismo «juglar de Dios». Y se lo aplicaba igualmente a sus hermanos. Frente a la aberrura horizontal a los otros, que predomina en la figura del «juglar» a lo largo de los siglos, y que halla en el ocurrente Junípero una muestra ejemplar, Francisco vive su juglaridad en actitud vertical, cara a Dios, de quien se considera un cantor que repite los salmos e himnos bíblicos para alabar su gloria y para acrecer la sana y santa alegría del pueblo cristiano. Lo mismo pedía a sus hermanos. Que canten, como juglares de Dios, las alabanzas divinas. Y que lleven al pueblo cristiano esa alegría espiritual que debiera venir a ser, en cuanto ello es viable, un trasunto anticipado del cielo en la tierra. Este trasunto lo plasmó el pintor Murillo en su cuadro de la Porciúncula. Tan reconciliado queda el cielo con la tierra por la celeste indulgencia, que la tierra se ve inundada por los ángeles del cielo y ya no produce espinas sino rosas. Esta teología bien pudiera llegar a ser realidad de nuestro diario vivir. El canto del juglar divino sería entonces su música de fondo. * * * Hemos intentado en el análisis de la primera vivencia del alma de san Fran– cisco: penetrar en el lado natural de su grandeza. «Todo es gracia>> cuanto hay en el hombre. Este fue nuestro inicial punto de partida. Pero anotábamos que el don 55 EP 100.

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