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CLAUSURA Y MISTERIO PASCUAL 505 * * * Este ingreso en la heredad del Señor, con el encierro en la clausura del claustro , y la renuncia y separación del mundo, se concreta y se cultiva con el triple compromiso de pobreza, obediencia y castidad, que son el marco o ambiente espiritual donde la nueva vida nace e irá desarrollándose, hasta llegar a la madu– rez. El grano de trigo de nuestra carne cae en la tierra y muere a los bienes terrenales, a la voluntad propia y a los placeres, para producir mucho fruto, un fruto que permanezca (Jn 15, 16). ¿Y cuál es ese fruto? No es otro que la nueva vida de un espírihi libre, que goza de los bienes del Reino. Aquí podríamos recordar las palabras que Francisco dirigió a Clara y a sus Hermanas en su canto de exhortación «Audite poverelle»: «No miréis a la vida de fuera, porque la del Espíritu es mejor» (cfr. Sel Fran 37 (1984) 132). Entramos así en el tercer momento del misterio pascual vivido por Clara y sus Hermanas: la resurrección a la vida del Espíritu, que es vida de amor fraterno, vida de contemplación a los pies de Jesús en alabanza del Padre y vida de seguimiento tras las huellas de Cristo pobre, humilde y crucificado, porque «el que me sirva, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor». (Jn 12, 26). De este modo, la kénosis de la renuncia y de la clausura se convierte en semilla de comunión con Dios y con los hermanos, en semilla de una comunión fraterna que es parte especial y característica del carisma de Clara y la señal auténtica y concreta de que hemos pasado de la muerte a la vida y de que amamos a Dios, como dice San Juan: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14) y «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4, 20). Por otra parte, podemos ver el paralelismo espiritual existente entre la renuncia que la pobreza, la obediencia y la castidad suponen y el fruto de esta renuncia en la nueva vida, que es el seguimiento de Cristo pobre, humilde y crucificado. Una última consideración, en línea con esta nueva vida que se engendra en el alma a través de la experiencia de la clausura en espíritu pascual, nos la sugiere la mención de la «santfaima Madre» de Jesucristo, cuyas huellas, como las de su Hijo, quieren seguir Clara y sus Hermanas (Pról RCl 2). Para comprender el papel de María en este propósito y en este misterio, recordemos lo que escribe Clara a Inés de Praga en su tercera Carta. Allí menciona expresamente la semejanza existente entre la experiencia de María, como Madre de Jesús que acogió a su Hijo «en el pequeño claustro de su vientre sagrado y lo formó en su seno de doncella» (3 CtaCl 3) y su vida dedicada a cultivar la heredad que Dios concede a Clara y a sus hermanas: Jesucristo, su Hijo. * * *

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