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504 J. M. BEZUl\fARTEA Ante todo recordemos que el misterio pascual de Cristo tiene tres momentos o experiencias fundamentales: la pasión y muerte, su reposo y su resurrección. Cuando Jesucristo invita a sus discípulos a seguirle, les dice: «Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24). Con estas palabras nos introduce en la kénosis o anonadamiento, que es condición indispensable para participar en su Reino, como había anunciado en otra ocasión a los dos hijos de Zebedeo (Me 10, 33-40). En el texto de la bula antes citado, y que se refiere directa y expresamente a la experiencia de clausura de Clara y sus Hem1anas, encontramos incluso el primer momento del misterio pascual, en el hecho de «haber despreciado las pompas y placeres de este mundo». Clara recuerda este hecho en su Testamento, contrapo– niendo su vida de conversión a su vida anterior, cuando se encontraba todavía «en las miserables vanidades del siglo» (TestCl 2). Como era de familia noble, cierta– mente había vivido muy cerca de esas vanidades -el prestigio, el poder, el honor, el dinero, la clase social, las annas, etc.-y placeres que SanJuan resume en la triple concupiscencia de la carne, de los ojos y de la soberbia de la vida (1 Jn 2, 16), aunque Clara, según la Leyenda, fue protegida desde pequeña de semejantes engaños y peligros. En lugar de estos placeres, Clara buscaba otros, como ella misma escribe en su Testamento: «no rehusábamos indigencia alguna, pobreza, trabajo, tribulación, ni ignominia, ni desprecio del mundo, sino que más bien considerábamos estas cosas como grandes delicias» (TestCl 4). Este desprecio y renuncia con que dominaban sencillamente la carne y sus pasiones, era el prüner paso -pero un paso especial– de la experiencia pascual vivida por Clara durante toda su vida de consagración, encerrada en la clausura. Esta habría sido la experiencia fuerte del paso intermedio entre el mundo y la vida con «plena libertad de espíritu», entregada totalmente al Señor: la experiencia del sepulcro o segundo momento del misterio pascual. A este momento pertenecen las palabras: «Por ello, elegisteis vivir encerradas y servir al Señor en suma pobreza.» Efectivamente, la clausura nos ofrece la experiencia kenótica de descenso al sepulcro, donde se gesta una nueva vida, a través de la soledad o separación del mundo, para estar --en el silencio del claustro y del corazón- solas con Dios, disfrutando de lo único necesario (Le 10, 42), como Clara misma escribe a Inés de Praga en la segunda Carta (2 CtaCl 3). De hecho, etimoló¡:,>icamente, clausura, que parece derivar de la misma raíz que claush-o, significaría «no sólo una zona cerrada, sino también que esta zona cerrada es la posesión de Dios, y, si entras, es para entrar en la heredad y en la posesión de Dios» (Cfr. El Testamento de santa Clara, en Fonna Sororum 23 (1986) 220). De esta fom1a, «para Clara la clausura de San Damián no es una defensa del exterior, sino el medio para pertenecer a Dios, el instrumento a través del cual se entra en la heredad» (ib).

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