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LA EVAJ\:CELIZACIÓN EN'IRE LOS !Nl' JH.ES 335 Pasión del Señor. Es necesario apresurarse para recibir el premio de tanta felicidad, de modo que todo fiel tomt! su cruz y siga el estandarte de la gloria del Sumo Rey, sin eximirse del servicio de Jesucristo... » Mientras la Cristiandad iba recibiendo estas ideas del Papa, en 1218 Melek-el– Kamel sucedía a su padre en el sultanato de Egipto. Con la ayuda de su hermano había conseguido defender a Damieta del asedio de los cruzados, quienes después de un año de escaramuzas no habían logrado nada positivo. En 1219 el sultán ofrecía la paz a los cmzados, dándoles Jerusalén y la santa Crnz a cambio de que se retiraran de Egipto. El rey de Jerusalén y algunos jefes cruzados estaban dispuestos a negociar la paz, pero el cardenal Pelayo -responsable papal de la Cruzada– rehusó tal negociación por estar seguro de una victoria militar. Los cruzados asaltaron Damieta seguros de su victoria, pero los musulmanes no sólo resistieron el e1nbatc, sino que contraatacaron al ejército cristiano, causando numerosas bajas y haciendo huir al resto. Esta euforia por la dimensión bélica de las Cruzadas, que se difundía a través de la Cristiandad, no era, sin embargo, aceptada por todos; algunas voces se levantaron contra la idea misma de Cruzada. Así Raoul Níger, en una obra dedicada al obispo de Reims, se pregunta: «¿Hay que decapitar a los sarracenos que no les ha dado Dios Palcstinao,al menos, la ocupan sin su permiso?... Hay que echarlos de nuestras tierras, pero de modo que el remedio de la violencia no sea peor que el mal. Que por todas partes la espada de la palabra de Dios les golpee para que vengan voluntariamente a la fe y no por la fuerza. Pues Dios odia la tortura y los homenajes obtenidos por el temor... No vc'O con qué derecho se pueden coger las armas para matar a ios sarracenos. Ei Papa no puede hacer más que lo que permite el sentido connín y la equidad.» En los «Annalcs de Würzburgo» su autor arremete contra los predicadores de la Cmzada, cuyo éxito contagioso le parece casi una locura: «Estos pseudoprofetas, estos hijos de Belial, estos apoyos del anticristo engañan con sus discursos a los cristianos excitándolos a echarse sobre los sarracenos. No sólo la masa, sino los reyes, duques y marqueses se precipitan hacia la matanza general creyendo que rinden homenaje a Dios; y este es el mismo error que cometen los obispos, los arzobispos y abades precipitándose al seguirles con peligro de sus almas y cuer– pos.» El JTtismo Joaquín de Fiore es partidario de combatir «la fiera del Islam»; pero aúade: «si los cristianos deben llegar hasta el final, ello será más predicando que combatiendo tanto... ». Habiendo predicho el fracaso de la tercera Cruzada, co– mentó el desastre sufrido como una lección dada por Dios a toda la Iglesia, «pues la victoria se da a quienes la consiguen no por el número de sus soldados sino por su fe». Con ello estaba anunciando un modo nuevo de ver las relaciones de los cristianos con los musulmanes.

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