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LA EVANGELIZACIÓN ENIRE LOS INHELES 331 en sus ejércitos, sino ayudando económicamente y, sobre todo, creando el am– biente que la hiciera posible. La toma de Jerusalén por las tropas de Saladino en 1187 fue el detonante que despertó a la Cristiandad. Occidente no podía seguir indiferente ante la ruptura del camino de peregrinación a los Santos Lugares. En la predicación de la tercera Cruzada no hubo solamente sermones, sino que circularon también escritos que motivaban a su participación. Los juglares crearon sus propias canciones que describían las matanzas colecti– vas de cristianos. Elegías en las que el nombre de la Jerusalén perdida evocaba los lamentos de los antiguos profetas y hada nacer en el corazón del pueblo la impaciencia por liberarla. El clero sacó en procesión por los mercados imágenes hechas para conn1over incluso a la masa más inculta. En una de ellas, por ejemplo, se veía a Cristo ensangrentado, füigdado por los sarracenos, con esta inscripción: «He aquí a Cristo a quien Mahoma, profeta de ios musulmanes, ha golpeado, herido y matado.» Una de las consecuencias de esta solidificación del ambiente de Cruzada fue la aparición de las Órdenes militares. La Iglesia medieval, mezclada como estaba en los asuntos temporales, no podía desentenderse del problema de la guerra ni evitar una respuesta cristiana. El misticismo guerrero no era en el medioevo patrimonio exclusivo del Islam. El trasfondo ideológico de las Órdenes militares no es más que el desarrollo del sentido de milicia del cristianismo primitivo. Posteriormente san Bernardo, en su Libro de alabanza de las nuevas milicias, les dará el respaldo teórico-teológico necesa– rio. Las favorables circunstancias de una situación de guerra santa -las Cruza– das-y la decadencia de una clase social -la caballcría--determinaron la creación de estas Órdenes militares. Unas Órdenes militares que, en su mayoría, nacieron hospitalarias o para defender a los perl'grinos que viajaban a Tierra Santa, pero que, al materializarse las Cruzadas, se trnnsformaron en verdaderos ejércitos contra los «infieles sarracenos». Su raro componente de «mitad monjes, mitad soldados» les hacía muy valio– sos en esta situación de peregrinaje y Cruzada. Adoptando la guerra como aposto– lado, se dedicarán prevalcnterncnte a la protección de caminos y defensa de las fronteras, donde instalarán sus monasterios, con el fin de que los peregrinos puedan caminar sin demasiados peligros y ser atendidos si caen enfermos. El parecido de estas Órdenes mili tares con los «ribat» musulmanes, las fortale– zas de místicos-guerreros erigidas en las fronteras con los cristianos, han llevado a algunos historiadores a considerarlas una derivación de esas instituciones islámicas.

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