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350 J. MICÓ cristianismo, continúa siendo cristiana es un error que se está pagando caro. La mayoría de bautizados mantienen una vaga religiosidad sociológica, pero la refe– rencia que guía su vida no es la fe ni el Evangelio sino otras ideologías y motiva– ciones. En este caso se impone una nueva lectura de la actividad misionera de Francis– co y su Fraternidad. Sin confundirla con lo que entendemos por «apostolado» --es decir, el fortalecimiento y la celebración de la fe de la comunidad eclesial-, la misión deberá entenderse como un acercamiento a esos sectores que ya no se remiten a la fe para entender su vida -intelectuales, obreros, jóvenes, etc.-, con el fin de hacer presente y aceptable el anuncio evangélico del Reino ofrecido por Jesús. Sin embargo, en este diálogo evangelizador hay que tener conciencia de que la sociedad ha cambiado y no admite ya lo religioso -ia fe-- como un valor incues– tionable. En el mercado plural de ideologías y valores el cristianismo es otro más, algo irrelevante que no merece especial atención. La cultura contemporánea siente indiferencia hacia la experiencia cristiana. Es decir, que los cristianos hemos dejado de interesar a 1,) cultura drnuestro tie1npo. Ya! hablar de cultura no me refiero sólo a los intelectuales, sino a esa masa social que asimila de forma inconsciente a través de los medios de comunicación las ideologías a las que me estoy refiriendo. Si los cristianos ya no interesamos de forma especial a la sociedad, habrá que intentar formas fronterizas de evangelización que hagan posible la comunicación del mensaje evangélico. Estas formas deberán estar despojadas de toda actitud de autosuficiencia y de pcrfcccionismo, porque ni somos mejores ni tenernos la clave de lo humano. Evangelizar a cristianos agnósticos, que se han despojado de la fe como un signo de mayor modernidad, requiere no sólo un nuevo lenguaje sino también la recreación de nuevos símbolos que conecten con la cultura actual para que puedan ser entendidos. Proclamar nuestra fe en el resucitado es hoy una tarea que requiere nuevas maneras de vivir y celebrar la fe. Que esto comporta equivocaciones y errores, es evidente; pero no podemos encerramos en esa seguridad cerril que llamamos «fundamcntalismo». La nueva credibilidad de la fe comporta riesgo y coraje para anunciar a Jesús a una sociedad que tiene su propio esquema cultural y que debemos aceptar para que el mensaje sea inteligible. Este tipo de misión es, si cabe, más exigente que el realizado en culturas poco desarrolladas, por cuanto implica una mayor preparación y una presencia sin dogmatismos ni formas paternalistas. Se trata precisamente de esa actitud de servicio menor que nos lleve a compartir nuestra visión de las cosas desde la fo, pero sin ninguna pretensión de proselitismo agobiante, dando tiempo al tiempo para que el Evangelio penetre en la vida y madure a la persona, haciéndola capaz de proclamar con libertad: Creo en Dios, Padre, Hijo y Espíritu, que con su silenciosa presencia da sentido a la vida.
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