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LA EVA."JGELIZAGÓN ENTRE LOS INHELES 349 decía Francisco al hermano León, «aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alcgría perfecta» (Flor 8). La verdadera alegría se muestra, precisamente, en los sufrimientos y adversidades. El seguimiento de Jesús nos debe llevar a ser consecuentes con su vida. La Admonición 6 es una reflexión en este sentido: «Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron dd Señor la vida sempiterna» (Adm 6, 1-2). La puesta en marcha de las misiones entre infieles, llevadas a cabo con este espíritu evangélico de las bienaventuranzas, dio como resultado la presencia de la Iglesia entre los sarracenos, primero, y entn' los mongoles después, de una forma estable. A las misiones entre infieles, motivadas por el presunto arrebato evangéli– co de recibir el martirio, siguieron otras con una organización más racionalizada y coordinadas por la Santa Sede. Pero el motivo principal de hacer extensible la propia fe, como ofrecimiento respetuoso de lo que para ellos constituía el modo de ser y sentirse hombres ante la presencia del Dios trinitario, siguió alimentando las grandes empresas misioneras llevadas a cabo por los franciscanos. CONCLUSIÓN Hoy, cuando ya está superado el concepto de Iglesia como Cristiandad, los términos fiel-infiel no responden tanto a un determinado lugar como a una situa– ción de fe. Por lo tanto el planteamiento deberá ser distinto. Por misión se entiende la actividad destinada a la evangelización del mundo no-cristiano y a la implanta– ción de la Iglesia en aquellos territorios en donde no está plenamente organizada. Mientras que en las jóvenes Iglesias del Tercer Mundo, llamadas tradicional– mente «misiones», sigue teniendo vigencia una evangelización acompañada de asistencia humanitaria, no podemos decir lo mismo, cuando se trata de culturas más desarrolladas que no necesitan de esta ayuda y en donde el Evangelio tiene que anunciarse sin apoya.turas de ninguna clase. La religión forma parte de la cultura, y es tarea casi imposible pretender introducir el cristianismo en unas culturas que tienen su propia tradición religiosa. Estas dificultades no se reducen a culturas de tradición no cristiana. El proble– ma se plantea también cuando abordamos la realidad de la incrccncia en aquellas culturas, como la nuestra, tradicionalmente cristianas. Cerrar los ojos y seguir creyendo que la vieja Europa, por tener sus raíces culturales hundidas en el

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