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346 J. MICÓ - Testímoniar la fe De las dos formas de presencia que propone Francisco a los hermanos que van «entre sarracenos», la primera es de simple testimonio franciscano, no promovien– do disputas ni controversias, sino sometiéndose, más bien, a toda humana criatura por Dios. Eso sí, dando testimonio de su cristianismo y no tratando de pasar desapercibidos por temor al martirio. Resulta curioso que no se proponga en primer lugar la predicación, ni alguna acción social que empuje a los no cristianos al bautismo, sino el modo de vivir del Hermano Menor. Sin embargo, no debería extrañamos tanto, puesto que el primer y más importante modo de evangelizar es el testimonio de la propia vida evangé– lica. La Fraternidad evangélica de los que han optado por seguir a Jesús, con todo lo que ello implica de acogida y servicio mutuos, es la forma de explicitar de un modo plástico en qué consiste el Evangelio y cué'íles son sus repercusiones en la vida de los que lo aceptan como Proyecto de vida. En primer lugar, pues, está el testimonio. Después vendrá la predicación, como un medio auxiliar, para dar la razón del «qué» y <<porqué» se vive así. Por tanto, el vivir la Fraternidad, el incult111izarse o estar sometidos a hombres de otras culturas y religiones, sin perder la propia identidad cristiana, es el principio fundantc de la misión franciscana. Esta actitud misionera lleva implícitos otros valores que configuran y definen la verdadera vocación del Hermano Menor. Así podemos hablar de la disponibili– dad para la paz, de la comprensión profunda pero abierta de la propia fe, del diálogo intercultural sin prevenciones, de la capacidad de aventurarse a vivir en la frontera, etc. Todo esto nos puede dar la imagen del misionero franciscano que, por no apegarse a nada, está siempre dispuesto a acompañar a los demás en el difícil camino de buscar a Dios. ----- Anzmcim la Palabra La otra forma de evangelizar es que, cuando les parezca que agrada al Sefior, anuncien la palabra de Dios de forma verbal. Se trata de proclamar el núcleo de nuestra fe: Que Dios, trinitario y familiar, se ha volcado en nosotros para comuni– camos su amor y hacernos partícipes de su propia vida. Esta predicación, sin embargo, no tiene que ser necesariamente doginática. No se trata de una catequesis propia1nente dicha que prepare de forma inmediata para recibir los sacrair1entos, sino de la «alaban?.,a y exhortación franciscana». Con esta clase de predicación, que pueden hacer todos los hermanos, sólo se intenta mover a los oyentes a la conversión. En este sentido, la forma es la misma tanto para los cristianos como para los no cristianos; lo único que cambia es el contenido.

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