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LA EVAJ\:GEUZACIÓN EN11'1E LOS INHELES 343 -las misiones--, como una consecuencia práctica de haber optado por Jesús y su Evangelio. El problema de este capítulo radica en saber si fue escrito antes o después del viaje de Francisco a Oriente. Partiendo del presupuesto de que esta Regla se hizo por acumulación y sólo se fijó en 1221, cabe esta duda sobre el momento en que se redactó dicho capítulo 16. Mientras que F1ood defiende que el motivo de su redacción fue una carta de Inocencio fII en 1213, convocando el Concilio Lateranense IV «para la recuperación de Tierra Santa y la reforma de toda la Iglesia», la mayoría de autores prefieren aplazarlo a la vuelta de Francisco de Oriente. Las distinciones que hace sobre el modo de proceckr los misioneros, presupone una experiencia práctica, como la que había tenido entre los musulmanes. De todos modos, este capítulo 16, tal como cst,i colocado dentro de la misma Regla, puede leerse como una especie de «Estatu– to misionero» que define los principios de la misión franciscana. a) Prudl'rtfcs como serpientes y sencillos como palomas El capitulo torna pie de las advertencias hechas por Jesús a los doce al enviarles a misionar: «Dice d Scfior: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (1 R 16, 1-2). El principio que motiva la opción misionera es siempre la Palabra. La voluntad del Scfior, manifestada en el Evangelio, es el punto de referencia para saber que se está actuando franciscanamente. De ahí que todas las decisiones del capítulo en cuestión estén avaladas por las palabras del Señor. La opción misio1wra no es fácil. El ser enviado «como ovejas en medio de lobos» es real no sólo porque se trate de los sarracenos. Evidentemente la propa– ganda de las Cruzadas había creado, ya lo dijimos, una imagen feroz de los musulmanes. Al resistir, como es lógico, los embates ideológicos del cristianismo, el Islam se había convertido en el «enemigo de la cruz de Cristo». La peligrosidad de la evangelización radica en el hecho mismo de proponer como estilo de vida nada n,cnos que el Evangelio. Francisco y sus lwrrnanos lo habían experimentado incluso antes de ir entre infieles. El Evangdio escuchado limpiamente desestabiliza los fundamentos de nuestro modo de vivir. Y, ante la incapacidad de convertirnos, optamos'por hacer callar al mensajero. Por eso, el que sigue la llamada del Señor a testimoniar su fe entre infieles debe estar dispuesto a seguir a Jesús hasta el final. Cuando Francisco se enteró de que los hermanos enviados a Marruecos habían sido martirizados, no pudo menos que exclamar: «¡Ahora sé que tengo cinco verdaderos frailes menores!» Pero los modos en que llegaron al martirio -la
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