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LA EVANGELIZACIÓN E;','TRE LOS INHELES 341 sorprendente. Lástima que no nos haya quedado un testimonio más fiable de lo que allí sucedió. El «Sultán de soberbia presencia» que nos presenta Dante fue, en realidad, uno de los soberanos más sabios, humanos y generosos que conozca la historia islámica. Con su apertura a la negociación de la paz, los distintos episodios que jalonaron esta guerra son una prueba de su comportamiento hacia los cruza– dos invasores. Su cortesía y generosa benignidad hacia Francisco son recordadas por todas las fuentes cristianas. El contenido de este diálogo entre Francisco y el sultán no lo conocemos, pero podemcis hacer conjeturas por lo que sabemos sobre la apologética del tiempo y la actividad misionera del Santo. Posiblemente se centraría en los puntos de diver– gencia y contraste: Cristo, Hijo de Dios, contra Mahoma, apóstol de Dios; la Trinidad cristiana contra el monoteísmo absoluto del Islam; la Iglesia romana y su jerarquía contra la catolicidad sin clero de la comunidad islámica; etc. Desconocemos lo que de todo esto quedó grabado en la mente del sultán. Sin embargo, lo escuchó con atención rodeado de los suyos: príncipes, jefes militares, jurisconsultos y teólogos. Las discusiones debieron de escandalizar a estos últimos, pidiendo al sultán que tomara medidas frente al «monje» provocador. En una fuente literaria áralx~ del siglo xv se ha encontrado el nombre del «sacerdote íntegro y avanzado en edad» que, según san Buenaventura (LM 9, 8), desapareció tan pronto como oyó hablar del asunto de la ordalía. Se trata del teólogo y jurista egipcio Fakhr addin al-Farisi, muerto poco después. Su biografía dice que fue director espiritual y consejero del sultán el-Kamel, y htvo <,1ma célebre historia~\ con cierto n1onje. La ,,.historia», más que a las discrepancias, parece referirse a la ordalía que propuso Francisco. Ésta tiene para el Islam un precedente ilustre: la propuesta del ,,juicio de Dios» hecha por Mahoma a los cristianos de Nagrán y que éstos rechazaron. Seis siglos despuC's el hecho se repite, pero a la inversa. La prueba no tuvo lugar, pues la innata humildad y, tal vez, incluso razones políticas del sultán desaconsejaron a Francisco que se sometiera al «juicio de Dios». Indudablemente la narración de san Buenaventura tiene mucho de a 1x)logético, pero puede tener un trasfondo histórico si analizamos el componente popular de la religiosidad de Francisco. El intento de evangelización fue un fracaso, si entendemos por tal el no haber convertido a los mahometanos a la fe cristiana. Ciano lo resume diciendo que Francisco se decidió a volver, «ya que allí no podía hacer nada» (n. 10). Ignoramos si posteriormente rumió este descalabro misionero entre infieles; de hecho, no lo recordará jamás en ningún esoito. Pero las recomendaciones que nos dejó en la Regla no bufada sobre la actitud y el modo de comportarse entre los infieles es una prueba de que aprendió bien la lección de no fiarse de las imágenes teóricas que la

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