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340 J. MJCÓ Italia a las que los hermanos no habían llegado todavía» (n. 3), termina con una reflexión personal reconociendo que «toda aquella misión, tal vez porque se había enviado antes de tiempo, pues el tiempo para cada cosa está escrito en el cielo, no llegó a conseguir nada» (n. 8). Tomando pie de este fracaso, Giano nos refiere el viaje de Francisco a Egipto: «Dándose cuenta de haber mandado a sus hijos al martirio y al sacrificio, no quiso dar la impresión de buscar su propia tranquilidad mientras los demás sufrían por Cristo. Debido a su gran coraje y no queriendo que nadie le superase en el seguimiento de Cristo, sino más bien pnx:eder a todos, y puesto que sus hijos habían sido enviados a peligros inciertos y entre fieles, él mismo, ardiendo en amor por la pasión de Cristo, en el mismo año en que mandó a los otros hermanos, es decir, en d decimotercero de su conversión (1219), afrontó los peligros ciertos del mar y, pasando a los infieles, se presentó ante el Sultán. Pero antes de poder llegar hasta él, tuvo que sufrir muchas injurias y ofensas, e ignorando la lengua gritaba en rrlC'dio de los golpes: "¡Sultán, Sultán!" Así fue conducido hasta su presencia y recibido por <'I con mucho honor y atendido humanitariamente en su enfermedad. Y cuando decidió volver, ya é-¡w~ allí no podía hacer nada, el Sultán le hizo acompa– ñar, por una cscbita armada, hasta d ejército cristiano que estaba entonces asedian– do DamÍL'la,, (n. 10). El testimonio de estas fuentes es fundamental desde muchos puntos de vista. Aunque no sepamos cómo llegó Francisco a Tierra Santa, lo más probable es que se uniera a los refuerzos de las ciudades italianas, que Honorio III había enviado. Francisco debió de llegar a Damieta cuando el asedio de la ciudad estaba en su apogeo, pues de las palabras dl' Vitry se deduce que él ni quiso, ni tuvo protección armada alguna, ni cualquier salvoconducto que facilitara su seguridad. En pleno desarrollo de las operaciones militares se movió solamente por el ardor de la fe y el espíritu misionero. También los musulmanes eran hermanos a los que había que mostrar el verdadero camino de la salvación, la cual sólo puede dar Jesús. Sin embargo, según cuenta de Vitry, su predicación no tuvo grandes resulta– dos. En primer lugar Francisco no debía de tener una idea demasiada clara sobre el Islam; a lo sumo la imagen despectiva y a¡.x)logética que se habían hecho los cristianos. Por otra parte, como afirma Giano, Francisco no conocía la lengua árabe. La pregunta surge espontánea: ¿Cómo se expresaba, pues, durante los días que permaneció allí predicando? De Vitry anota que «los sarracenos suelen escuchar gustosamente la predicación de los Hem,anos Menores cuando se limitan a expo– ner la fe de Cristo y la doctrina del Evangelio» (BAC, p. 967). ¿Se trata de que Francisco desconocía la lengua y los otros hem,anos no, o es que todos predicaban en ese lenguaje gestual que hace posible captar los contenidos de una manera general? El encuentro de Francisco con el sult,in Melek---el-Kámel debió de ser algo

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