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338 J. MICÓ audacia con que estos monjes se acercaban a los paganos hasta terminar recibiendo el martirio, como puede comprobarse con el ejemplo de san Bonifacio. Pero esta mística de martirio no se quedó en la vida monástica, sino que fue extendiéndose por toda la Cristiandad; basta recordar a san Adalberto de Praga, a san Estanislao en Polonia y a san Cerardo en Hungría. Los mártires representaban los valores de unos pueblos que se estaban formando y buscaban su propia identidad. En todo el Occidente cristiano había calado tan profundamente esta mística que los mismos herejes, en su desesperado rigorismo, llegaron a creer que la única garantía de salvación era el martirio; creencia que se convertirá en una práctica habitual entre los Cátaros al predicar la «endura», el martirio-suicidio ritual, como forma suprema de expiación. Francisco era hijo de este ambiente y no le era posible ignorarlo. El deseo de martirio que traslucen sus biógrafos es fruto de esta espiritualidad. Sin embargo, en Francisco hay un motivo añadido en su valoración del martirio. Durante el siglo XI se escriben en Asís unas «Leyendas de los Mártires» sobre los primeros obispos san Feliciano, san Vittorino y san Savino. Pero la Leyenda que sirve de matriz para formar el alma dPl pueblo de Asís, cuando surgl' el Común, es la que, alrededor del año JO{){), se forma sobre la tradición del martirio de san Rufino. Este pueblo que necesita del martirio para explicar sus raíces ·--Asís-- es el que alimentará la espiritualidad de Francisco. Sin embargo, la peregrinación y el martirio, dos trazos fundamentales con los que la Cristiandad medieval justificaba la idea de Cruzada, scréÍn vividos por el Santo d('sde un ángulo distinto, desde la experiencia que le aportaba el Evangelio. 2. EL E"\CUl·Xl"RO DE FRA:\CISCO CON EL ISLAM Sólo un biógrafo, Tom,ís de Celano en su Vida I, nos cuenta que Francisco «en el sexto año de su conversión quiso pasar a Siria para predicar la fe cristiana y la penitencia a los sarracenos y demás infieles». Para conseguirlo se embarcó en una nave, cruzando el Adriático hasta Dalmacia; pero ante la imposibilidad de llegar hasta Siria, decidió volverse a Italia (1 C 55). Habiendo follado el intento por mar, lo intentará esta vez por tierra, recorrien– do los caminos de Italia y Francia, a lo largo de la costa mediterránea, hasta llegar a Espai'ta con la intención de pasar a Marrm,cos y convertir al califa, que poco antes había sido derrotado por los cruzados españoles en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Sin embargo, tampoco esta vez tuvo Francisco la suerte de ver realizado su sueño al caer enfermo y tener que regresar a Italia (1 C 56). Estos dos intentos frustrados de ir a tiem1 de infieles para predicarles el

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