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LA EVA:S:GELIZACIÓN E:>ffRE LOS INHELES 337 de este modo al amor de Cristo, muerto por nosotros en la cruz, y para incitar a los demás al amor divino» (LM 9, 5). Por último, Jordán de Giano, al relatar en su Crónica el viaje de Francisco a Egipto, parte también del principio de que la finalidad de esta presencia entre infieles es el martirio. Sin embargo, las circunstancias le harán ver que tal deseo es _imposible. 1. PEl~LCRl'.';AClÓN Y MARTIRIO Esta mística martirial, como un progresivo caminar hacia Cristo crucificado, está cstrecha1r1cntc relacionada con la peregrinación, sobre todo a los Santos Lugares donde Cristo nació, padeció y fue muerto por nosotros. El espíritu de pen'grinación, tan propio de la Cristiandad medieval, hunde sus raíces en la espiritualidad monástica. Los monjes celtas -irlandeses y escoce– ses--, ya desde los siglos vr y Vll, identifican su vocación monástica con la vocación peregrinante. Consideran como esencial a tal vocación el exilio, el destierro y la lejanía de la patria, estableciendo una analogía real entre el monacato, el martirio, el exilio y la peregrinación. El pueblo cristiano heredaría este talante lanzándose a los caminos en busca de «lo santo» que le facilitase la salvación. Una de las metas era Tierra Santa, el lugar que Jesús había santificado con su presencia. Hacia el año 1033 -el milenio de la muerte de' Jesús--- una multitud imm~nsa se puso en camino hacia Jerusalén. Pero el acto de peregrinar tuvo una derivación funesta: la Cruzada. Los cmzados se sentían peregrinos y los fieles los aceptaban como tales. La obsesión por la salvación, que empujaba a los cristianos hasta los lugares de peregrinación, ahora les empuja también hacia Tierra Santa para liberarla de los infieles. La Cruzada se reviste de una mística martirial. Los cruzados que nmeren en la «guerra santa» tienen la salvación asegurada. No es casual que a partir del siglo xr vuelva a florecer y a valorarse el martirio. Yno se trata de que en los siglos anteriores fueran olvidadas las persecuciones de la joven lgksia; pero era menos frecuente y, por las circunstancias 1nismas de la época, n,enos posible. La vida monástica tendió siempre a presentarse como un martirio cotidiano, hecho de penitencia y mortificación, que sustituía -en cierto modo-- al de sanwe. La corriente monástica irlandesa, como ya hemos insinuado, había elaborado una teoría de la vida 1nonástica como martirio, con una progresión que iba desde la ascesis hasta 1a muerte como consecuencia de haber predicado a Cristo. Esta teoría no se quedaba en la ineficacia de los simples propósitos, pues basta ver el coraje y la

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