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LOS HERMANOS VAYAN POR EL MUNOO 219 guieron que Inocencio III hiciera de ellos una Orden con tres niveles distintos: clérigos, monjas y monjes, casados. La innovación más radical fue la aceptación de la predicación laica. El papa reconoció y aprobó su costumbre de reunirse cada domingo para escuchar la predicación de uno o más hermanos que se destacaran por la fuerza de su fe, por conocer a fondo la religión, por su buena oratoria y por la coherencia entre su comportamiento y su palabra. La clave de que se aceptara la predicación laica estaba en la distinción que hacía el papa entre pn .. '<Íicación dogmática y moral. Esta última, hecha de exhortaciones a una vida más ética y piadosa, era aceptable para los laicos; pero todo lo que implicara discusión de temas tt'Ológicos y de los sacramentos de la Iglesia fue juzgado fuera de su competencia y expresamente prohibido. Sin embargo hubo algunos grupos, como los Valdenses, que no se limitaron a vivir pobremente el Evangelio en sus casas sino que, para imitar a los Apóstoles, lo abandonaron todo con el fin de anunciar de forma itinerante el Evangelio que ellos vivían. Valdo de Lyon no era el primero que, como los Apóstoles, lo dejaba todo para seguir la perfección evangélica. Muchos otros antes que él habían realizado esta conversión a la pobreza para unirse a los predicadores itinerantes. Aunque su voluntad era de permanecer dentro de la Iglesia de Roma, el hecho de hacerse traducir los Evangelios para poderlos vivir mejor le condujo a la predicación apostólica itinerante y a la pobreza voluntaria, elementos que compartía con los herejes. Muy pronto se le juntaron otros que, como él, habían renunciado a todo para repartirlo entre los pobres y se habían dado a predicar contra los pecados del mundo, exhortando a la penitencia. Al no obedecer cuando el arzobispo de Lyon les prohibió predicar, puesto que les parecía contradictorio con el mandato de anunciar el Evangelio, fueron condenados como herejes en el concilio de Verana porLudolII. El Valdismo se fue multiplicando y desmembrando en varios gmpos, algunos de los cuales, como los «Pobres Católicos», encabezados por Durando de Huesca, y los «Pobres Lombardos» de BernardoPrimconsiguieron ser aprobados por Inocencio III, que les conct.'<Íió permiso para la predicación penitencial. Para estos grupos de laicos la predicación no era una actividad desligada de la propia vida. Si se enfrentaron con la jerarquía fue precisamente por eso, por denunciar la conducta de los clérigos que no se ajustaban al Evangelio que predi– caban. Esta incoherencia entre predicación y vida era lo que según ellos descalificaba a los clérigos a la hora de ejercer su autoridad moral, quedándose exclusivamente con la autoridad jurídica que, para estos grupos, no tenía ningún valor. Lo que justificaba la predicación no era tanto el mandato jerárquico cuanto el
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